Nosferatu: la película que nunca muere

Robert Eggers firma un remake de ‘Nosferatu’ que quiere ser un homenaje a las distintas aproximaciones al mito

28 diciembre 2024 16:19 | Actualizado a 29 diciembre 2024 07:00
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Era comienzos de los años veinte, y F. W. Murnau se apropió del argumento de una novela de Bram Stoker para crear una de las películas más fascinantes del cine alemán de aquel período. ‘Nosferatu’ era una película sobre Drácula sin admitir su condición de adaptación. Era, también, uno de los primeros films de terror. Era una rareza en un período y en un país en el que, según la historiadora Lotte Eisner, la mayoría de películas se rodaban en estudios o interiores; mientras ‘Nosferatu’ se dejaba llevar por la atmósfera de su particular paisaje.

El ‘Nosferatu’ de Murnau tenía, además, otras particularidades, que han quedado en el imaginario colectivo. La primera es su plasticidad: el uso que el cineasta hace de los claroscuros, de las sombras, del coloreado de la película, del negativo. El mito de Drácula se revelaba mediante una expresividad sumamente pictórica. A la vez, había otra cuestión: la construcción de una figura, la del vampiro, que aquí se equiparaba con el monstruo. Así, y a diferencia de ciertas encarnaciones de los chupasangres eternos que vinieron después, galanes, atractivos y seductores, el vampiro de Murnau era monstruoso.

El “Nosferatu” de Murnau poseía una expresividad sumamente pictórica

Aquella película definió una estirpe. A finales de los setenta, Werner Herzog hizo un remake con su actor fetiche Klaus Kinski de ‘Nosferatu’. Herzog, uno de los miembros del Nuevo Cine Alemán, reconocía así en Murnau un descendiente. No es un detalle cualquiera, pues el Nuevo Cine Alemán se había gestado a partir de una relación difícil con el pasado, histórico y cinematográfico de su país. Aquellos jóvenes directores como Herzog o Fassbinder, no tenían muchos referentes autóctonos. Murnau sí que era uno de ellos.

Ahora, unas décadas después, le llega el turno a Robert Eggers. El director estadounidense procede de otra estirpe. Proviene, podríamos decir, de la nueva ola de cine de terror, con una carta de presentación, ‘La bruja’, era una aproximación estilizada del terror gótico. Su ‘Nosferatu’ es precisamente una mezcla entre las dos tendencias: por un lado, posee algo de esa estilización presente en ‘La bruja’; y a la vez sirve de homenaje al universo de Murnau y Herzog. En este último ‘Nosferatu’, el monstruo primero apenas se ve, e incluso hay momentos en los que las sombras, tan importantes en el film de Murnau, reaparecen para revelar la figura del vampiro, que cuando al fin se personifica en la pantalla, resulta también monstruoso.

Si Herzog había realizado una película de tonos pálidos, con apenas algunos toques significativos de color más brillantes; el film de Eggers parece por momentos en blanco y negro. Es un blanco y negro que no es real, pues la película sigue siendo en color, pero la decisión estética del cineasta le acerca más al período del cine mudo. Ahora bien, podríamos decir que la plasticidad del ‘Nosferatu’ de Eggers versa más en torno a los grises que en torno al claroscuro de Murnau.

El invento de Eggers resulta estimulante sobre todo si lo miramos desde el costado de las tendencias, de esa capacidad de habitar diversos mundos: el del propio director y el de la historia del cine. En este sentido, aunque planea también el romanticismo propio de la adaptación que Francis Ford Coppola hizo del clásico de Bram Stoker, las capas son tantas que es imposible encasillar este ‘Nosferatu’ en un único lugar o estirpe.

La película de Eggers resulta estimulante sobre todo por su capacidad de aunar su propio universo y el conocimiento de la historia del cine

El romanticismo se expresa a través de la figura de Ellen, la esposa del atribulado Hutter, quien viaja al castillo del conde Orlok. Ella es la que establece, en la distancia una conexión con Nosferatu, un vínculo que, en pleno siglo XXI, parece tener mucho que ver con la virtualidad de nuestros días, aunque la película se sitúe a comienzos del siglo XIX. El popurrí de Eggers es tal que incluso en un momento deja de ser una película de vampiros para convertirse en una cinta de posesiones y exorcismos. Cuando Ellen está enferma, totalmente ida, el doctor interpretado por Willem Dafoe la visita: ahí surge el tema de la posesión demoníaca, que Eggers aborda, cómo no, desde la conciencia absoluta del imaginario propio del subgénero de exorcismos. Es la confirmación de que esta es una obra que se debe comprender a partir de la voluntad del cineasta de tomar prestados referentes diversos para crear algo que, aunque ya lo hemos visto antes, a partir de la mescolanza resulta sumamente nuevo.

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