La película comienza con la ruptura, o mejor dicho, cuando la película comienza la pareja ya ha roto. Lo que vamos a ver, los 254 minutos que siguen, es “la exploración de esa ruptura”, como ha escrito Paula Arantzazu Ruiz. L’amour fou, obra maestra de Jacques Rivette, se ha reestrenado en salas, restaurada en 4K. Es una película-inmersiva en el desmoronamiento de la pareja formada por Bulle Ogier (Claire) y Jean-Pierre Kalfon (Sébastien); actriz ella, director él; trabajan en el montaje de Andrómaca, de Racine, cuyos ensayos además están siendo filmados para televisión. Claire abandona y Sébastien acude a su exmujer para que la sustituya en el papel de Hermione.
La película alterna los ensayos de la troupe y las copas de después, con la vida conyugal, que se va agrietando poco a poco. Claire se queda en casa y empieza a reflexionar sobre su relación espoleada por los celos. Ha abandonado los ensayos pero no el texto de Racine, que lee en voz alta, se graba leyendo, y graba los ruidos de la ciudad. Realidad y ficción se hacen a ratos indistinguibles, esa sensación viene agudizada por la filmación del proceso de montaje que incluye entrevistas a miembros de la troupe y reflexiones sobre qué es el teatro, cómo ha de decirse el verso y la relación que se establece entre la vida y lo representado.
“Rivette solo tenía dos pasiones, el cine y el teatro. O más bien sólo una: el teatro representado en el espacio y los códigos del cine. Esto no podría lograrse sin una troupe de actores y actrices, con los que Rivette trabajó durante más de medio siglo”, escribieron en el obituario del cineasta en la web de la Cinemateca. En ese sentido, L’amour fou vale como emblema del trabajo de Rivette, nacido en Rouen en 1928 y miembro de la nouvelle vague. Como Claude Chabrol, Françpois Truffaut o Éric Rhomer, Rivette era crítico en Cahiers du cinéma. Su primer corto es de 1956, su primer largo Paris nous appartient, producido por Truffaut y Chabrol, se estrenó en 1961. Murió en 2016, y su última película es de 2009; es una carrera dilatada, en la que hubo de todo, hasta choques con la censura a propósito de La religieuse en 1966.
La narración no es lineal: hay saltos temporales y los segmentos están fragmentados y mezclados, como si la película contuviera varias películas dentro. Hay pocos escenarios (la casa de la pareja, el teatro, el bar) y casi todos interiores, por eso las localizaciones exteriores que aparecen subrayan una cierta claustrofobia de la que los personajes logran escapar. En el centro de la película está el episodio de amour fou entre la pareja: se pintan el cuerpo, se quieren, destrozan las paredes, faltan a sus compromisos de trabajo y luego, claro, se separan. El canto de cisne del amor. Aunque el objeto del amour fou puede ser también el teatro.
Las cuatro horas de L’amour fou son un paseo por diferentes estados emocionales, por las inseguridades y devaneos y por la pasión. Logra de verdad colarse en el espacio de intimidad conyugal y en la intimidad del trabajo de la troupe; casi como si registrara la ficción que ha construido.