Exponiendo el cómic

23 febrero 2025 12:26 | Actualizado a 23 febrero 2025 12:29
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Con toda probabilidad, no hay mejor lugar para leer un cómic que una biblioteca, un sofá, una tumbona o la butaca de un tren, ni mejor espacio para disfrutar de una película que una sala cinematográfica. Exponer el cómic, el cine o la literatura es un gesto de apertura hacia la esfera pública cuyo origen arraiga en los salones de pintura del siglo XIX y en la creación de los museos nacionales en el XVIII o, aún antes, en las galerías, colecciones y gabinetes de curiosidades privadas del Renacimiento. Exponer dista mucho de leer o apercibirse del contacto primordial con el medio, quizá aún más en el campo del cómic, cuya experiencia lectura es la más solitaria e individual de todas las formas de expresión. Podemos compartir la pintura y la literatura, cuyo origen es la transmisión oral de la épica, de igual modo que podemos compartir los videojuegos o el cine, que es en origen un medio destinado a ser disfrutado de manera comunitaria, pero intenten leer un cómic a medias y comprobarán que topan con una imposibilidad. La lectura de cómics es, por naturaleza, solitaria y silenciosa, y resulta casi imposible leer en pareja o con otras personas, porque la lectura de las viñetas entraña, por encima de todo, una sinergia rítmica, la recreación del tiempo que el dibujante ha convertido en espacio, preservándolo y librándolo a la mirada lectora.

Sin embargo, ha de ser posible crear experiencias compartidas a partir del cómic, y lo es a posteriori, gracias a la participación imaginaria del medio, a la popularidad de sus personajes y a su infiltración con todas las esferas de la sociedad. También lo es gracias al llamado cómic expandido, mediante experiencias performativas, amplificadas, multimediales y transmutadas del lenguaje de secuencialidad del cómic. Pero lo es también en el museo, donde no se trata de recrear la experiencia literal de la lectura ni rendir culto al fetiche del original sino de repolarizar las viñetas y las páginas, de crearles un nuevo contexto. Al fin y al cabo, los originales de las páginas de cómic pueden ser disfrutados como piezas artísticas de enorme valor estético, pero no son los cómics ni dan testimonio necesario de su lectura, sino que corresponden a una fase del desarrollo de los cómics, cuyo verdadero original es la revista, el cuadernillo o el volumen que nos llevamos a casa, que nos acompaña en la mochila, que se deteriora y que acrisola la memoria de cada momento de nuestras vidas. Con frecuencia, los originales carecen del texto de las filacterias, que se añade a posteriori, en acetatos o merced a técnicas digitales y, no nos engañemos, no es frecuente que nadie lea un cómic completo expuesto sobre las paredes del museo, aunque algunas obras como las de Schuiten, Moebius o Bilal parecen haber sido pensadas, como el Jerusalén de William Blake, para este propósito.

Aquello que sí se puede exponer son los lenguajes del cómic e incluso la historia social y la imbricación en la historia de los cómics. Esa es precisamente la premisa de la exposición Cómics, sueños e historia, a la que he tenido el placer de dar forma como asesor y guionista, y en la que he tratado de verter mi experiencia como docente de historia del cómic en la Universitat Pompeu Fabra durante casi un cuarto de siglo, así como mi labor como crítico y teórico del cómic —todas las cartelas de sala están tomadas de mis libros y artículos—, que se nutre a su vez de la labor de teóricos como Gino Frezza, Thierry Groensteen, Daniele Barbieri, Romà Gubern, Luis Gasca o Terenci Moix. El cómic es una región de un modo de expresión más amplio de ver y pensar, la narrativa visual secuencial, y gracias a su difusión popular, ha sido tanto un barómetro de las grandes fracturas de la historia como un catalizador de cambios. La capacidad para la ensoñación de pioneros como Winsor McCay y su Little Nemo en Slumberland, ligada de manera íntima a las generosas páginas dominicales de la gran prensa estadounidense del s.XX, no sólo contiene la semilla de las vanguardias artísticas sino que da la medida de la tensión entre lo maravilloso propio de la secuencia de viñetas —baste pensar en la propensión hacia el sueño aéreo y lo milagroso en la pintura medieval o los códices mixtecas— y el modo específico con el que el cómic recoge la Historia a partir de su condición discontinua y la panopsis de la página.

Surcadas por una serie de fracturas históricas como la IIª Guerra Mundial o la Guerra Civil española, que el escenógrafo Ignasi Cristià ha sabido plasmar con mano maestra sobre las paredes de la muestra, se abren sucesivos modos históricos de narración: los pioneros, el clasicismo norteamericano, los superhéroes, la línea clara franco-belga, el cómic español, la modernidad argentino-italiana, la fantasía épica en Estados Unidos y Francia, las poéticas del yo o las formas gestadas por el formato novela gráfica. Gracias a esa idea del modo histórico, tomada directamente de los estudios de David Bordwell sobre el cine, el cómic revela su imbricación con los hechos históricos y nos permite construir un canon en torno a nombres como Milton Caniff, Alberto Breccia, Moebius, Ibáñez o Carlos Giménez, en una continua pluralización que, en los últimos años, ha experimentado una constante renovación en manos de historietistas como Laura Pérez Vernetti, Ana Galvañ, Marta Cartu, Marta Altieri, María Medem, o Paco Roca, que participa además con una obra de grandes dimensiones específicamente encargada para la exposición, una bellísima y conmovedora reinterpretación de Las Meninas, de Velázquez, desde las viñetas.

Con una voluntad canónica y, en muchos sentidos, pedagógica, Cómic sueños e historia se acerca al cómic como herramienta de pensamiento y como medio capaz de intercalar el corte de la discontinuidad en las lógicas de la Historia. Sin duda, el magisterio de Oscar Masotta con su labor pionera en la indagación expositiva sobre el lenguaje del cómic, la muestra George Herriman del Reina Sofía en 2017-2018, las extraordinarias y fascinantes exposiciones Viñetas desbordadas, de Ana Merino, Max y Sergio García, y El dibujado, de Paco Roca, que han inventado formas nuevas para dar testimonio del lenguaje secuencial, las exposiciones sobre Chris Ware en París en 2022, Constelación gráfica. Jóvenes autoras de cómic de vanguardia, comisariada por Montserrat Terrones para el CCCB en 2022, o la excepcional Bande dessinée 1964-2024, presentada hace escasos meses en el Pompidou son hitos en un camino para el cual Cómic, sueños e historia trata de aportar un pequeño grano de arena que ha hecho posible la generosa contribución de todas las autoras y prestadoras, centrado en los originales pero a la vez atento a la inscripción histórica y social del cómic, con el propósito final de construir un imaginario civil, público y social de la necesidad de tomar consciencia sobre la historia y la teoría del cómic.

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