La correspondencia inédita que publica Renacimiento entre Carmen Laforet y Emilio Sanz de Soto (1958-1987) resulta difícil de comentar sin entusiasmarse. El volumen, al cuidado de José Teruel, nos permite asistir al desarrollo de una amistad tan genuina como quizá nunca hayamos leído en un intercambio epistolar antes. Una muestra auténtica de “necesidad de diálogo” y “necesidad de amistad”. La alegría copa páginas y páginas de conversaciones entre quienes fueron grandes amigos y suplieron las distancias geográficas con cartas repletas de entendimiento, idioma común y promesas de encontrarse pronto: “Porque conozco como nadie esas temporadas en que a uno no le apetece hacer el esfuerzo de ver a una persona que uno no quiere, pero que no es el momento en que uno puede verla; sin eso, sin hacer el esfuerzo. Una carta es algo diferente. Porque se lee o no, en un momento determinado y trae una cosa al recuerdo (tú me la has dado en ocasiones): la seguridad de que hay una persona amiga que nos quiere o piensa en nosotros alguna vez.”
Asimismo, no podemos dejar de destacar dos aspectos de estas cartas. Por un lado, que el presente volumen revela una personalidad indiscutible, y bastante desconocida, del mapa cultural español: Emilio Sanz de Soto, la verdadera sorpresa de este tándem. Por el otro, el temor a la escritura (una más que aguda grafofobia), que experimentó una Carmen Laforet atrapada entre lo que Teruel considera con sumo acierto en su introducción: “la tosca confusión entre su biografía y su literatura.” Y también encontramos, en lo que a Laforet respecta, sus idas y venidas alrededor de su proyecto narrativo, sus filias y fobias a propósito de lo social, su posicionamiento en relación al feminismo, así como la intermitencia y la motivación de sus colaboraciones en prensa escrita o sus viajes a EE. UU.
Ya desde el clima tan efervescente en lo cultural como rico en lo humano que fue Tánger a mediados del siglo pasado, se intuye una visión de la literatura, y también de la escritura, afín. Y decimos semejante, cuando no igual, porque tanto Laforet como Sanz de Soto buscaron en la vida y en los libros: “Amar lo que de los demás nos interesa.” La mención a Tánger no es azarosa, es donde los dos coinciden las primeras veces, en aquel caldo cultural que progresivamente se aleja de España en lo político y también en lo sentimental. Un entorno en el que ambos terminan por motivos personales y familiares, razones que igualmente, tiempo después, les harán establecerse en alguna que otra ocasión en la misma ciudad. Tal vez Madrid.
De la edición que tenemos entre manos resulta inexcusable no embelesarse ante el amplísimo fresco social que dibujan las notas a las misivas, que el lector puede encontrar en la parte final del volumen y que le llenarán de regocijo no solo por su prolijidad, sino también por lo que se dice en ellas. No se tratan meramente de apuntes eruditos, sino que, como dirían los protagonistas de este intercambio, ‘planta la pica en Flandes’ en el factor o carácter humano y personal de quienes en aquellos años sostenían el peso de la cultura internacional.
Este epistolario constituye una buena muestra de cómo la historia de la edición en España puede rastrearse a través de los juicios y pareces que emitieron sobre el mercado editorial español algunos de sus protagonistas por carta. Porque es en la intimidad de este género para aquel tiempo de posguerra donde reside en cierto modo la verdad de un tiempo oscurecido por “la nefasta vivencia del machismo iberoamericano”, el gobierno cuartelero de Franco y donde no se supo “distinguir entre libertad y libertinaje”. En definitivas cuentas, en un momento en el que se confundía “el atún con el betún.” Así se van deslizando y colando algunos nombres, y no solo en relación a la historia editorial patria, sino al panorama artístico en general, como el de Ángel Vázquez, Carlos Saura, Rosa M.ª Cajal, los Alberti en Roma, Luis Cernuda o la lectura de Juan Gil-Albert, “nuestro Proust provinciano”, mientras Laforet deambula por las palabras y Sanz de Soto le pide, con tanta amabilidad como paciencia, que escriba correctamente su apellido.
Si bien Emilio Sanz de Soto supone, como decíamos, una sorpresa para quien lea hoy estas cartas, también existen determinados aspectos en torno a Carmen Laforet que quizá permitan alejarnos de aquel afán de icono que se efectúa habitualmente alrededor de la autora de ‘Nada’; que nos acerquen más a la persona que al personaje y que, como apunta Teruel en sus palabras iniciales, nos distancien del “prejuicio de la mirada masculina”. Porque, como este mismo hace hincapié (y retomando la grafofobia de la autora), “No considero que este abandono del camino del recuento personal sea el único ni el último motivo que explique su futura agrafía, pero sí pudo ser un poderoso factor limitativo. Nuestra escritora tuvo que soportar un régimen literario en el que siempre se le preguntaba qué le importaba más si sus hijos o sus libros.”
LECTURAS
Correspondencia inédita 1958-1987
Carmen Laforet y Emilio Sanz de Soto
Editorial Renacimiento, 2023