Berlín, febrero de 2024. Todo es extraño. Hay aires de despedida. De Carlo Chatrián y su equipo, que han estado en el festival desde 2020. Es cierto que los tiempos no han sido fáciles: en estos cuatro años, la Berlinale ha tenido que enfrentarse a las consecuencias de una pandemia que, entre otras cosas, conllevó una edición online. También, al cierre de una parte importante de las salas de cine que poblaban Potsdamer Platz, centro neurálgico del festival.
Chatrian asumió la dirección artística del festival de Berlín en 2020. Hasta entonces, había destacado como director de Locarno, un festival que apostaba por el riesgo y por un cine que desafiaba las formas hegemónicas. Llegó a Berlín con la voluntad de dar la vuelta a un festival anquilosado, demasiado pendiente de los vientos que sopanan desde Hollywood y de apuestas por un cine academicista.
La primera edición de la Berlinale de Chatrian, la de 2020, fue mágica. Con excelentes películas en la sección oficial y con la inauguración de una nueva sección, Encounters, dispuesta a recoger propuestas arriesgadas. Ahora, cuatro años y una pandemia después, Chatrian deja el cargo. Le han invitado a irse, y entre otras cosas se apunta a un cierto desconocimiento de las singularidades y circunstancias propias de la ciudad y el pais que le ha acogido.
Sin saber del cierto qué puede haber sucedido, al menos podemos observar el resultado de este adios. La edición de 2024 ha sido algo descafeinada, como si el barco fuera ya a la deriva. La sección oficial ha estado guiada sobre todo por una única sorpresa, la de «Pepe», una curiosa película sobre un hipopótamo. Trasladado a la fuerza desde África hasta la hacienda de Pablo Escobar, la película sigue el punto de vista del animal, al que escuchamos incluso hablar. En apenas un gesto, el de subvertir el punto de vista de lo antropocéntrico a lo animal, la película ya desafía toda lógica.
Un ejercicio similar es el que hace Mati Diop en “Dahomey”. La película comienza en 2021, cuando veintiséis objetos robados durante el período colonial emprendieron un viaje desde París a su lugar de origen, Benín. Mati Diop filma este trayecto insuflando vida a aquellas piezas del reino de Dahomey, en una película que aborda los debates identitarios e históricos de la opresión colonial europea en África. Los tesores recuperados literalmente hablan, o al menos se escucha su voz ancestral.
Junto a la nueva película de Hong Sang-soo, el coreano que siempre parece hacer lo mismo pero que en realidad siempre modifica algo, estas dos fueron las dos mejores películas de una sección oficial algo desenfocada, epítome del momento de tránsito que vive el festival. No hubo una película que revolucionara nuestras miradas, no hubo esa obra magna, que parecería dominar la temporada cinematográfica, como el año pasado la hubo con “Orlando”, u otros con “Petite Maman”, “First Cow” o “Malmkrog”.
Más allá de esos dos títulos expuestos anteriormente, aquí encontraréis cuatro recomendaciones de la edición de este año.