Seis relatos y una novela corta son los escritos que componen la nueva obra de Amor Towles, ‘Mesa para dos’.
En todos ellos se establece una conversación con una mesa de por medio, a partir de la cual la trayectoria del protagonista comienza a cambiar. Ya sea un campesino en plena revolución moscovita, al que se le presenta la oportunidad de trasladarse a Nueva York, o un escritor sin historias que contar al que se le ofrece un trabajo en una librería que podría acabar con ese bloqueo creativo, para bien o para mal. La protagonista de la novela corta ‘Eve en Hollywood’ es Evelyn Ross, la misma que ya apareció en una publicación previa del autor, ‘Normas de cortesía’; en este caso, Eve debe decidir cómo afrontar un chantaje, en colaboración con otros personajes.
Tomando como entorno un pasado más o menos lejano, pero siempre con Nueva York como epicentro, el autor norteamericano crea con maestría entrañables personajes a los que el lector quiere seguir en esa puerta que se les abre y descubrir hacia dónde les lleva, a través de un esqueleto de tramas que pueden dirigirles hacia cualquier lugar.
Narrado con un estilo refinado, capaz de incluir enriquecedores detalles de contexto o de personalidad, sin resultar pesado ni denso, con un poso de humor a la hora de retratar determinadas situaciones que podrían resultar dramáticas, este volumen trata temas que ya se habían visto anteriormente en la literatura de Towles, como la búsqueda de la felicidad, la consecución de las aspiraciones y las relaciones sociales. Tiene una manera de tratar los finales que, aunque parecen interceptados de manera súbita, cierra con sutileza todo lo que se hace necesario, y lo que no, deja que sea el lector quien lo haga con total libertad. Me resulta especialmente reveladora la manera en que el campesino Pushkin, muy acostumbrado a hacer colas en Moscú con su cartilla de alimentos, encuentra su destino en una cola de Nueva York, aunque muy diferente del que había vislumbrado en un primer momento: “Sin vacilar, Pushkin ocupó su lugar al final de la cola, pero nada más hacerlo vio a otro hombre con un abrigo deshilachado saliendo de un callejón cercano. Pushkin atrajo la mirada del desconocido (...) supo que él ya no estaría al final de la cola cuando llegara aquel caballero. Es más, ya no estaría al final de nada.”