Del latín ‘animare’, animar significa dar vida. El sueño de cualquier dibujante, que es arrancar la vida y el movimiento de la página en blanco, descubrir lo que en realidad quiere manifestarse, adquirió una nueva dimensión cuando Winsor McCay, en Little Nemo, mostró cómo conseguirlo de manera literal en su película Little Nemo (1911), que adaptaba el célebre cómic que había encandilado a Estados Unidos desde las páginas del New York Herald.
Como una apuesta entre amigos, un movimiento de cámara hacia el cuaderno de McCay daba paso a un dibujo animado del pequeño Nemo, su compañero Flip y la Princesa que se había abierto camino del lado onírico de la historia del pequeño soñador. La sutileza del movimiento, la tridimensionalidad y la ausencia de límite para la imaginación abrían, en manos de McCay, un camino que, con Disney y Pixar, alcanza su máxima expresión por lo que respecta a la precisión.
Que la animación requiera una previsión laboriosa, la actitud opuesta al ejercicio de la filmación, que consiste sobre todo en descartar y dejar en fuera de campo, paradójicamente recrea las formas más precisas del clasicismo cinematográfico, el control sobre el plano, la acción, la capacidad sígnica del cuerpo y la necesidad de crear personajes consistentes y cuyas tramas vengan a cerrar el cuerpo de una historia bien trabada.
Con Toy Story (1995), dirigida por John Lasseter y con guión de Joss Whedon, Andrew Stanton, Joel Cohen y Alec Sokolow, la potencia de Pixar para la animación se reveló como una reconstrucción de formas clásicas que hizo del relato una vibrante relectura tanto del cine clásico de aventuras como de los westerns de Howard Hawks. No era difícil releer en el acercamiento entre los dos rivales, el vaquero Woody y el astronauta Buzz Lightyear, la historia de una amistad semejante a la de Río Rojo. De igual modo, la vivacidad con la que el resto de juguetes hablan, se mueven e intervienen en la historia -la pastorcita de porcelana Bo Peep, Mr. Potato Head, Hamm, Slinky y Rex-, en la que Andy, el niño propietario de los juguetes es tanto el demiurgo como el verdadero objeto de amor, recuerda la habilidad de John Ford para construir secundarios y darles, siempre, una oportunidad en la narración.
A la franquicia Toy Story, con cuatro secuelas, le seguirían Bichos, Monsters, Buscando a Nemo, Los Increíbles o Up. Si, con los Increíbles se vio no sólo la posibilidad de la parodia que introducía la animación 3D sino también la posibilidad de representar, por fin, a los superhéroes, lo que constituiría el pistoletazo de salido del MCU (Marvel Cinematic Universe) con el Spiderman de Sam Raimi, Up se revelaba nuevamente como un filme clásico que traía de vuelta tanto la capacidad bachelardiana de elaborar una poética de los elementos como de narrar una historia como lo hubiese hecho Frank Capra.
Con Cars, Brave, Inside Out, Coco, Soul o Luca, Pixar demostraría que, como antes había sucedido con la animación tradicional de Disney, uno de los secretos esenciales de la adhesión emocional de las espectadoras reside en la forma, los gestos y la precisión de los movimientos de los personajes.
Con la exposición ‘Pixar, construyendo personajes’, que se inaugura en Tarragona el día 8 de febrero, CaixaForum regresa sobre un universo que ya abordó en ‘Pixar, 25 anys d’animació’ (2015) para explicar, a través de 124 dibujos originales, 48 maquetas y 5 audiovisuales cómo nacen y cobran vida los personajes de Pixar. Organizada por Pixar Animation Studios en colaboración con Fundació “La Caixa”, comisariada por Maron James y Brianne Moseley y con un portentoso diseño expositivo de Ignasi Cristià, Pixar, construyendo personajes permite entrar en las entrañas de un universo a la vez clásico y contemporáneo, unas entrañas artesanales y tangibles a pesar de los procesos de digitalización, un mundo donde todos los géneros -western, melodrama, ciencia-ficción, cine negro, comedia, slapstick, aventuras- toman vida desde la página en blanco.
Pixar: lo viejo y lo nuevo
La tradición en la técnica de la animación, representada por la empresa madre, Disney; la innovación tecnológica y el futuro digital representados por su filial, Pixar. Woody, el juguete del cowboy -la esencia del mito americano-, entablando amistad con Buzz Lightyear, el juguete del astronauta -mito del progreso sin límite, hasta el infinito y más allá-.
La estructura y el sistema empresarial que alumbró Pixar se ha replicado en sus películas desde sus inicios. Relatos marcados por el mito americano en los que dos tiempos tienen que aunarse para progresar y seguir adelante: aceptar el legado del pasado para transformarlo en una promesa del mañana. No por casualidad nos encontramos a menudo historias entre padres e hijos, entre una generación construida con unos valores fundacionales y otra tradición, más alocada, que lucha por hacerse su lugar. Historias cubiertas tanto por el manto de la nostalgia como por la llamada individual del progreso.
La idiosincrasia de la empresa transfigurada en sus películas.