Que sí, que tener tantas vacaciones escolares por Navidad puede llegar a hacer desmoronar cualquier planificación familiar. Que sí, que a menudo buscar alternativas al encierro domiciliario no es tarea fácil. Y, sí, que sí, que los parques de Navidad son una alternativa ruidosa pero válida para hacer ‘algo’ cerca de casa. Pero no nos olvidemos de que, a fin de cuentas, también es una actividad cultural, como cualquier otra, y que un Parc de Nadal no tiene por qué reducirse a un pabellón deportivo reciclado a hogar para hinchables, elementos de feria, artilugios incomprensibles y deportes facilones para entretener y pasar el rato.
Por lo menos, así lo he vivido yo en los últimos años, deambulando por infinidad de municipios que buscan la novedad, propuestas atractivas y diferentes, y tratando de superarse con las últimas reservas económicas del departamento de turno, generalmente de Cultura o Joventut. De este tipo de parques he visto de todo, desde los más lujosos hasta propuestas que, siendo honesto, hubiese sido mejor no haber programado.
Y es que, en realidad, en muchos casos, el Parc de Nadal es el ‘hermanito pobre’ del presupuesto municipal. Es decir, muchos ayuntamientos gastan en ellos más bien lo que sobra y no lo que quieren. Teniendo en cuenta que, para más inri, cae en finales de año, es en parte entendible que no haya un duro y que sea más bien un escollo a superar. Sin ir más lejos, este año he visto personalmente cómo un ayuntamiento trataba de «guardar mil o dos mil euros» de un presupuesto ya aprobado «para tener algo para el Parc de Nadal». En serio, dos mil euros... se me ocurren pocas cosas que ofrecer en un parque con un presupuesto de producción semejante, no hace falta que venga a contártelo un payaso (o tal vez sí). Entiendo que se pueda vestir como un momento para poner en acción a las entidades del municipio y que sean activas y hagan sus propuestas.
Pero, por otro lado, con esta actitud, es fácil caer en la creación de un parque amateur y flojo de contenido. A los peques les puede gustar hacer collares con macarrones o pintarse la cara con purpurina alguna vez... pero en realidad son precisamente ellos el público más exigente, el que no se calla nada.
La demanda existe. Y vaya si existe. Hinchables, talleres, manualidades e incluso espectáculos (sin grandes formatos, pero espectáculos)... magia, títeres, payasos, música. De todo. Es por eso que siempre me ha llamado la atención la falta de proyecto de Parc de Nadal por parte de muchos ayuntamientos (no me refiero a los más grandes).
A veces incluso tienen ‘proyectos Guadiana’, es decir, si hay dinero hacemos el parque... y si no, pues no. Ya se hará otro año, si eso. E incluso, rizando el rizo, hay ayuntamientos que, ante la falta de previsión (que ya es un error de previsión no acordarse de que en diciembre tenemos la costumbre de celebrar la Navidad), deciden pasar los gastos del parque al presupuesto del año siguiente. Y solucionado. Mirar un Parc de Nadal con previsión y dándole el valor que merece no cuesta tanto.
La demanda de actividades familiares es cada vez mayor. Es imparable. La actual generación de padres (me incluyo) hemos vivido una infancia en la que había de todo, en la que había un boom social y cultural, precisamente porque nuestros padres también compensaron que, durante su infancia, no fue tan así. De algún modo, tratamos de equiparar nuestra niñez con la de nuestros hijos, a veces con acierto y a veces, no. A veces incluso adelantándonos a cosas que no vivimos. Un ejemplo son los grupos musicales que triunfan para el público infantil, gracias a sus vídeos en YouTube. Los niños y niñas no eligen dónde van, lo eligen sus padres y madres, que son quienes los llevan. De algún modo, proyectamos su felicidad en cosas que nos hicieron felices a nosotros o que (tal vez) nos hubieran hecho felices. ¿Quién sabe?