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David Uclés: «Decir que García Márquez inventó el realismo mágico es como decir que Picasso inventó el color»

‘La península de las casas vacías’ es una obra total sobre la Guerra Civil

17 abril 2025 20:09 | Actualizado a 19 abril 2025 07:00
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Desde el pequeño pueblo de Jándula, una familia de campesinos –que pasó de tener una cuarentena de miembros en 1936 a prácticamente desaparecer tres años después– se dispersará por toda la península como consecuencia de la Guerra Civil española. Son los protagonistas de La península de las casas vacías, una novela de David Uclés (Ediciones Siruela), dibujante, traductor, músico y escritor. Se trata de una novela total sobre la contienda, sobre la deshumanización de un pueblo, la desintegración de un territorio, en clave de realismo mágico, en la que ha invertido 15 años de su vida.

La Guerra Civil no es un tema que interese especialmente a los jóvenes.

No soy ni escritor de novela histórica ni tenía pretensión de hablar sobre la guerra. Quería contar la historia de un pueblo que desaparece y quería meter en esa historia la que me contaba mi abuelo sobre su infancia. Da la casualidad de que la infancia de mi abuelo ocurría durante los años 30 del siglo pasado.

Tiene un narrador entrometido.

Sí. Así soy. Cuando escribo soy totalmente libre. Me gusta que no haya ningún límite en cuanto a la narración. Fue un recurso. Es decir, para contar toda la guerra necesitaba un narrador que le dijera al lector «oye, te voy a explicar esta batalla en un solo día porque no cabe en seis meses». Pero luego descubrí que podía ser feliz escribiendo si yo pasaba a ser un personaje más y eso era mediante el narrador. Estaba toda mi familia menos yo. Pues por lo menos...

Ha creado su Macondo.

En este caso es Jándula, en el que se pueden reflejar las diversas formas de ser y de sentir de los diferentes pueblos íberos que conforman la península. Esto es lo que he intentado, un pueblo que represente en algún momento a cualquiera de los que poblaba la península en los años 30. Y mágico, claro.

¿En las batallas también?

La guerra es cruel y al final, si tienes conciencia, tienes que plasmar escenas crueles. Pero el realismo mágico suaviza un poquito la crueldad de los actos.

No es habitual de la literatura de por aquí.

No. Pero no es solo de Latinoamérica. Está en Alemania, Polonia, Francia, Turquía, en la India. Es decir, la Biblia casi es realismo mágico. Es narrar una historia que tiene un trasfondo real, pero de una forma onírica para que mediante esas parábolas o alegorías el lector comprenda algo de una forma más instantánea. Eso se ha hecho siempre, no lo inventó Márquez. Decir que lo inventó él es como decir que Picasso inventó el color.

Pero es un gran referente.

Por supuesto, pero no el inventor. Además, es un feo a otros escritores, como Elena Garro, que por ser mujer no se valoraba y ella escribió realismo mágico antes que García Márquez.

¿Hay cosas que aún se hacen, como mirar las aguas de un pozo?

Mi abuelo lo hacía. Me contaba que el ojo del mar era un pozo en Quesada en el que escuchaban el mar. Hay muchas cosas que todavía siguen haciendo en mi pueblo. Muchas supersticiones, costumbres, que siguen ahí. Otras que ya han desaparecido. Cada uno que investigue si es verdad o no. Me gusta también que el lector no sepa si está ante una descripción ficticia o realista, que le cause esa duda.

Los personajes, ¿pertenecen todos a su familia?

Partían todos de mi familia hace 15 años, cuando empecé. Eran sus nombres y sus anécdotas. Pero como ha sido un trabajo tan dilatado en el tiempo, al final cambié los nombres, cambié sus anécdotas y lo mezclé mucho.

Yagüe, la batalla del Ebre... ¿Cómo ha sido revisitarlo?

Para mí no ha sido revisitarlo, sino aprenderlo por primera vez, no me lo había enseñado nadie. Fue un descubrimiento. Yo no sabía lo que había pasado en este país. Lo supe gracias a los años de investigación.

¿Cómo cree que llevamos la memoria histórica?

Floja. Creo que deberíamos tener más presente lo que pasó porque dependiendo de a quién le preguntes tiene una idea u otra. Habría que incluirlo en la educación e intentar dar al último siglo más espacio en el aula, por ejemplo.

¿Estamos tan polarizados como entonces?

En absoluto. Pero en el 36 no están tan polarizados. Lo que había era una amalgama muy amplia de muchas ideologías. Cuando la historia se convierte simplemente en señalar a unos y a otros, en blanco y negro, se cae en el error. No es así. Una vez que la Guerra Civil se instala, sí que podemos hablar de dos bandos, en las batallas y demás, pero el abanico de ideología era mucho más amplio. Y hoy día el problema no es que haya demasiada ideología, sino que con la individualización del ser, que estamos todos con las redes sociales muy individualizadas, casi nos estamos quedando sin ideología, casi no tenemos ese aliento por luchar por nada y así estamos viendo cómo unos pocos deciden por la mayoría y nosotros, aceptándolo.

El personaje del padre es neutral. ¿Es posible en una guerra civil?

El padre no es neutral porque para ser neutral hace falta interesarte antes por algo y decir no quiero ni esto ni lo otro. El padre es apolítico porque no tiene tiempo. La política, al final, es administración y él lo que administra es su campo y el hambre. Es cierto que hay que tener un ser político porque Odisto, el protagonista, tuvo que votar y si votaba mal, luego eso iría en menosprecio hacia las políticas agrarias. Hay que votar. Pero, por suerte o por desgracia, en algunas zonas rurales la gente es más apolítica y muchas veces ni siquiera va a votar porque cree que su realidad no va más allá de los límites de su campo. Eso es bonito por un lado, pero por otro, un poco inconsciente.

También hermanos enfrentados. ¿Aún hay silencio?

No, ya no hay silencio, ahora se habla. Pero no hay información para hablar y como se ha pasado página, tampoco es un tema recurrente. Ahora que se está polarizando un poco la cosa, sí que muchos lo sacan a relucir, unos para hacer daño y otros para intentar recordar el pasado.

$!David Uclés: «Decir que García Márquez inventó el realismo mágico es como decir que Picasso inventó el color»

15 años escribiendo una novela. ¿En algún momento pensó en tirar la toalla?

Sí, en varias ocasiones. La última, un año antes de encontrar a Siruela, me dije que era el último intento. Si no, no la iba a tirar a la papelera, pero la iba a meter en un cajón. Pero hubiera hecho otra cosa. Puedo arremangarme, trabajar en un bar o lo que haga falta.

Económicamente, imagino que no sale a cuenta.

Emocionalmente sí que vale la pena, si te asegura que a los 15 años se va a publicar, yo ahora no me arrepiento. Hasta hace muy poco era una tortura porque no había futuro, pero ahora estoy muy feliz. Económicamente no lo veo tan rentable. Por ejemplo, ahora Hacienda me va a quitar sobre un 40 % porque consideran que todo lo que voy a ganar del libro es trabajo de un solo año, cuando la creación han sido 15 y además justificados con becas, con registros de la novela, con fecha de publicación... El sistema es un poco injusto porque es el trabajo de una vida.

Las editoriales que rechazaron la obra deben estar tirándose de los pelos.

Pues no lo sé. A lo mejor no saben ni que me dijeron que no, porque el libro se llamó durante mucho tiempo Odisto. Algunas sí que me lo han dicho, no saber que tenían el manuscrito en la editorial y no haberlo visto, o no haberse arriesgado. Sí, algunas se están arrepintiendo.

Antes ha dicho que puede hacer lo que haga falta. He leído que estuvo tocando el acordeón en la calle.

El acordeón, el arpa y la guitarra, en Santiago de Compostela, sobre todo.

Usted no es gallego ¿no?

No. Pero viví allí unos cinco años. Hablo gallego y me encanta. Galicia es mi segunda patria. Tocaba en la calle y con esto me pagaba el alquiler, la comida... Como cualquier otro, con sus rutinas, con sus cosas mejores y peores. Era muy cansado, también. Es difícil, tienes que mantener siempre la voz perfecta, hace frío, llueve y la moral te baja porque no ganas tanto. Después tienes que ir a un bar a cambiar las monedas para poder pasarlo a un banco, un rollo. Pero es muy bonito también ponerle música a las calles.

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