Este mes responde el escritor tarraconense Jorge Carrión, flamante ganador del Premio Ciudad de Barbastro, por su libro Membrana, una novela narrada por una inteligencia artificial que guía al lector por un Museo del Siglo XXI en el año 2100.
Paisaje. Urbano pero también ajardinado; libresco pero lleno de pantallas. Por momentos parece una metrópolis infinita, con parques enormes en las fronteras entre los barrios, que se confunden con pueblos, y jardines en los interiores de manzana (algo tiene de Barcelona, supongo, durante mucho tiempo pensé que mi lugar en el mundo era otro, pero estaba equivocado); pero desde según qué perspectivas recuerda a la Biblioteca de Babel o a un complejo digital, con hologramas y proyecciones. Es un paisaje cambiante. Sincrético. Ha superado la vieja disyuntiva entre lo urbano y lo rural. Entre lo antiguo y lo moderno. Entre el papel y el píxel. Es fascinante y muy raro. Como el fuego, nunca te cansas de mirarlo.
Clima. Primaveral, sin extremos, equidistante.
Origen étnico de los habitantes. No queda claro: es una mezcla genética perfecta, que difumina todos los rasgos faciales, todos los tonos de piel. Se sabe que provienen de África, como todos nosotros. Pero la convergencia posterior es inexplicable.
Lenguaje. Traducción automática y simultánea. O telepatía.
Pesos y medidas. Todos los que han existido. Palabras tan bellas como libra, hemina, milla, quintal, fanega (que decía mi abuela: «fanega de trigo» y sigue diciendo mi padre), kilómetro, hectárea, milésima, megaherzio o megapíxel (algún día me gustaría escribir una newsletter que se llame así). No hay problema de comprensión, porque también son traducidos automática, simultánea o telepáticamente.
Religión. No concibo un paraíso con religión. Tal vez sería una religión inconsciente, compartida por todos los habitantes, las de saberse parte de una utopía.
Dimensiones de la capital. ¿El paisaje que he descrito era el de la capital? No me había dado cuenta. Es una capital enorme, gigantesca. Más allá puedo imaginar una selva de proporciones todavía mayores y un desierto brutal y agua, mucha agua, en todas sus formas posibles, desde la lluvia o la cascada hasta el abismo abisal.
Forma de gobierno. Democracia perfecta.
Fuentes de energía natural. Cinemáticas, dinámicas y biológicas.
Actividades económicas. Intercambio, trueque justo.
Medios de transporte. Armónicos, rítmicos, aéreos.
Arquitectura. Una bioarquitectura que respira al ritmo de los edificios y de los jardines, de los libros y de los píxeles, de los ciudadanos y de sus medios de transporte esdrújulos.
Muebles y utensilios del hogar. Aerodinámicos. El día a día entendido como una coreografía, como surfeo. La danza bellísima de la vida cotidiana. Muebles, instrumentos y dispositivos que marcan el ritmo, el compás, de todos esos gestos diminutos que suman la inmensa mayoría de la vida humana.
Ropa formal. Túnicas, capas, colgantes, ropa un tanto grave, incluso pesada: una moda elegante que sintoniza con lo excepcional. Si la vida común es minimalista, acompasada por objetos de una enorme levedad; la vida social y ritual rompe la coreografía constante, se carga de peso, de unicidad y de significado.
Fuentes de información pública. La gran telepatía. Un fenómeno diario, de unos pocos minutos: todas las conciencias reciben en JORGE su propio idioma y según su propio sistema de pesos y medidas, los mismos datos y las mismas noticias. Los libros, las pantallas o las conversaciones son ajenos a la información de actualidad. Tienen otra densidad, muchas capas, otro vuelo.
Monumentos: Interactivos. El paisaje en sí mismo es un monumento. La capital no precisa de más monumento que el que significa ella misma. Conmemora la síntesis definitiva entre lo natural y lo artificial, entre lo analógico y lo digital. Lo monumental, lo conmemorativo, si acaso, es recorrerla. Así el arte del homenaje o del recuerdo se da en las caminatas. Acostumbran a ser en parejas que pueden recordar, por su elevación, aquel cuadro de Magritte que se titula «El arte de conversación». Dos personas paseando y conversando: no hay mayor monumento.
Diversiones públicas. Caminar en pareja o en grupo; leer; mirar películas; jugar con las tres dimensiones; bailar en casa solo en conexión telepática con otros muchos bailarines igualmente solitarios; asistir a fiestas o festivales para romper la ligereza minimalista y recordar el tacto de la gravedad; divagar por los jardines; tomar el sol tibio en los parques; organizar viajes por la selva, por el desierto, por los lagos o mar adentro. Tratar de recordar o de imaginar el mundo previo, el nuestro, a sabiendas de que será en vano.