«Lo hizo a su difícil manera» o «lo hizo por las malas». Así reza el epitafio que reposa en la lápida de Bette Davis (1908, Massachusetts-1989, París). Son palabras que sobre ella dijo Joseph Mankiewicz, director de Eva al desnudo, que la actriz estadounidense se tomó como un piropo y se las apropió por toda la eternidad. Davis, la villana, la mala malísima que con su belleza singular se opuso a los dictados de su tiempo. No lo buscó, de niña se prendió fuego jugando con las velas de un árbol navideño, lo que le dejó una piel finísima y traslúcida, que la convertiría en la atormentada y perfecta protagonista de las producciones de la Warner, estudio en el que trabajó durante dos décadas y con el que también litigó por el derecho a rechazar películas en las que no tenía interés en aparecer.
Como su epitafio, algunas de sus afirmaciones también han quedado y continúan siendo igual de vigentes que cuando las escupió en sus memorias: «Si te asfixian, te defenderás. Es entonces cuando te llaman zorra». Davis se defendió y se revolvió una y otra vez, tanto en su vida personal como profesional, en la que la diva atesoró 11 nominaciones a los Oscar y ganó dos por Dangerous (1935) y Jezabel.
Davis paseó su férrea personalidad por la gran pantalla con una galería de personajes que no encajaban con el rol femenino de la época, en concreto en los tres papeles que le dio William Wyler. En Jezabel (1938) se comporta de manera totalmente opuesta a lo que la sociedad espera de ella; en La loba ( 1941), mujer egoísta y de pura maldad; en La carta (1940) una devota esposa esconde a una fría y manipuladora mujer. Tres películas que suponen la cumbre de su carrera y que parten del mismo planteamiento, tres mujeres que no acatan los mandatos masculinos de la sociedad patriarcal. Davis volvería a lo más alto una década después, con Eva al desnudo (1950), en la que de nuevo es una mujer que traiciona y pisotea a todo el que se interpone entre ella y la fama.
Al margen de sus papeles, toda su trayectoria se vio arrastrada por su legendaria disputa con otra gran actriz, Joan Crawford. Tanto que incluso cuando esta última falleció, Davis dijo «Uno nunca debe decir cosas malas sobre los muertos, solo se deben decir cosas buenas... Joan Crawford está muerta, ¡qué bien!». Antes, había dicho: «La vez que mejor me lo he pasado con Joan Crawford fue cuando la empujé por las escaleras en ¿Qué fue de Baby Jane?», film en el que finalmente, ambas divas coincidieron. Tras la película, la enemistad duró toda la vida.
Sin embargo, su imagen en la gran pantalla, enérgica, déspota, bizarra e impetuosa se resquebraja en su funesta vida amorosa, en la que sufrió sumisión e incluso maltrato físico de alguna de sus parejas. En 1932 Bette Davis se casó con Hermon Nelson, quien ganaba menos dinero que ella, lo que fue un tema recurrente. Ya en aquellos años, la actriz señaló en una entrevista que muchas mujeres de Hollywood ganaban más dinero que sus maridos, pero la situación fue difícil para Nelson, tanto que se negó a permitir que su esposa comprara una casa hasta que pudiera darse el lujo de pagarla por sí mismo. Con William Wyler inició una relación que no acabó de funcionar y su segundo marido Arthur Farnsworth murió por causas naturales. En 1945 se casó con William Grant, masajista y pintor, cinco años de matrimonio con sospechas de infidelidad por ambas partes. Finalmente, el cuarto y último marido fue Gary Merrill, coprotagonista en Eva al desnudo. Sin embargo, la paz familiar no llegó, las discusiones eran iracundas, incluso llegando a la violencia física. De hecho, Davis no tenía buena opinión de sus compañeros de reparto: «El ego masculino, sobredimensionado nada más nacer, adquiere proporciones gigantescas en el actor», sentenció.
Durante toda su vida Davis fue fiel a sí misma, a pesar de sus relaciones sentimentales, de sus demandas contra la Warner e incluso de sus hijos. Murió el 6 de octubre de 1989 sin hablarse con su hija mayor B. D. Hyman, quien arremetió contra ella en sus memorias La guardiana de mi madre.
Con su personalidad, Bette Davis fue una mujer que abrió camino y que siempre defendió aquello que un día verbalizara: «Es mejor ser odiada por lo que eres, que ser amada por lo que no eres».