¿Cómo puede ser que dos hermanas, nacidas y criadas en el mismo entorno, sean tan diferentes? Esta es la pregunta que se hace la editora de Cal Carré y también escritora Antònia Carré-Pons en su última novela La gran família (Club Editor).
¿Es autobiográfica?
No, es una novela. No he escrito una autobiografía. Lo que pasa es que parto de unos hechos reales que sí, que en este caso son autobiográficos, pero que están pasados por el tamiz de la literatura.
¿Cómo se sintió al escribirla?
La empecé a pensar a partir de la perplejidad. O sea, la pregunta que me he hecho siempre es cómo puede ser que dos hermanas, nacidas y criadas en el mismo entorno –en una carnicería–, que han vivido los cerdos degollados, la sangre y la carne como algo natural, que han tenido las mismas experiencias vitales de partida... ¿Cómo puede ser que estas dos personas desarrollen trayectorias vitales y personalidades tan diferentes? Este es el punto de partida, intentar ver si podía entender por qué ocurría.
¿Lo ha podido entender?
No, evidentemente que no, porque la literatura plantea interrogantes pero nunca da respuestas.
Cáncer. La enfermedad en todas las mujeres de la família. ¿Miedo?
No. El cáncer es una enfermedad que existe y que mucha gente ha sufrido. Y eso también es autobiográfico. Mi madre tuvo cinco cánceres de mama. La segunda fui yo y la tercera, mi hermana. Por suerte, mi sobrina, que es la hija de mi hermana, está bien sana. Yo tuve mucha suerte, era muy joven. Tenía 38 años y nunca he tenido ninguna recaída. Mi hermana tuvo mala suerte y murió. Pero son cosas que pasan. La muerte y la enfermedad forman parte de la vida. Además, aunque pueda tener un componente genético, que no es nuestro caso, aunque existiera, eso no quiere decir que todas las mujeres de la familia lo tengan que tener.
La muerte de su hermana, de alguna forma, une a la familia.
Sí. La novela cuenta la historia de dos hermanas en tres etapas de la vida. La primera es la infancia, la segunda, la madurez y la tercera, cuando se desencadena la enfermedad de la pequeña, Sió, y es cuando se reencuentran. Hay dos elementos que las hacen reencontrarse. Uno es la enfermedad, evidentemente, y el otro, la infancia. Porque ambas hablan a menudo de los recuerdos y se dan cuenta de que han compartido muchas cosas sin haberlas verbalizado. En las familias de los años 60 y 70 no se hablaba de gran cosa. Era una vida práctica. Si tenías una preocupación, no se comentaba.

¿Qué las unía?
Se dan cuenta de mayores que compartían la misma visión terrorífica del mundo de los cerdos. De lo que habían vivido en la carnicería. En esta familia las emociones estaban escondidas, pero estaban ahí. Y en el momento en que aparece una situación dramática, como es un cáncer, afloran. Y son como las aguas subterráneas, que de golpe brotan como una fuente que une a las hermanas y a toda la familia.
Es una novela de mujeres. Los hombres, relegados al trabajo con los cerdos.
Sí, los hombres hacen su papel. La primera parte es la que he construido a partir de los recuerdos que tengo de mi infancia, de ver cómo llevaban los cerdos partidos por la mitad a casa, cada lunes y cada miércoles. Para mí era aterrador. Mi padre y mi abuelo, esos cuchillos. Los delantales ensangrentados... Es una violencia latente, que está ahí. O sea, no va dirigida contra las niñas. Al mismo tiempo hay afecto y complicidad porque el padre le guiña el ojo a la niña... Y después hay otro hombre...
El marido de Sió.
Sí. En la tercera parte acompaña a Sió en todo el proceso de su enfermedad, de una manera silenciosa, pero muy emocionante. Lo quería remarcar porque, evidentemente, cuando una persona tiene una enfermedad grave, quien sufre es el enfermo. Pero el papel de los que lo acompañan también es fundamental. Y no todo el mundo sale bien, lo resuelve bien, porque es difícil.
Refleja también el mundo académico. Cuchillos que van y vienen.
Es un elemento interesante porque en la primera parte, que es el mundo de los cerdos, los cuchillos están ahí para lo que están. Es verdad. Los ves venir. En cambio, en la segunda, cuando Rateta se ha convertido en una medievalista de renombre y da conferencias por el mundo, ahí he dibujado un poco el mundo académico y es donde pasa lo que tú dices. O sea, como es un mundo más cultivado, más educado, los cuchillos te los clavan por la espalda. He querido plasmar ese contraste porque la historia nos ha enseñado que por muchos estudios y mucha educación que tengas, no necesariamente serás una buena persona.
Ha aprovechado para hablar de las mujeres en la historia.
A mí en la tienda me enseñaron que del cerdo se aprovecha todo y yo lo he aprovechado todo. Soy medievalista, me especialicé en Jaume Roig, que era médico y estudié medicina medieval. Entonces, aquí me las he arreglado para hablar de temas que conozco bien, como por ejemplo, la visión que tenía la medicina medieval del cuerpo de las mujeres, que era absolutamente patriarcal y misógina. E incluso aproveché para hablar de Cristina de Pizán, que es una de las autoras que publicamos en Cal Carré. Cité la faja que pusimos en el libro. Pensé que la editora de Cal Carré no me denunciará por haberle plagiado la faja.