«La segunda oportunidad no es automática, depende de cada uno de nosotros. Y no borra el mal que se haya hecho, que nunca es justificable ni perdonable. Dicho esto, es valiente intentar construir algo de bien a partir del mal». Son palabras de la escritora italiana Silvia Avallone (Biella, 11 de abril de 1984), autora de Corazón negro, publicada en catalán y castellano (Empúries/Temas de Hoy), una novela de condena y de salvación, de culpa, de hechos irreversibles por los que responder toda una vida. Y lo ha hecho poniendo el foco en la verduga. La misma perspectiva de la serie de ficción Adolescencia, la más polémica de Netflix y, en otro orden de cosas, de El odio, de Luisgé Martín (Anagrama), en el que José Bretón confiesa el asesinato de sus dos hijos, de seis y dos años, y cuya publicación está pendiente de una sentencia judicial.

Emilia es la protagonista de Corazón negro, una mujer de treinta años con una adolescencia perdida que intenta empezar desde cero en Sassaia, un pueblo enclavado en las montañas. Para escribir la historia, Avallone conoció en cárceles de menores a psicólogas, educadoras y asistentas sociales. «La diferencia la marcaba ese encuentro humano de los chicos y chicas con las profesionales, que les invitaban a salir de la cama, a abrir un libro, a ir a la escuela. Les decían ‘tú también puedes tener un lugar en el mundo, no tienes un destino ya marcado. Puedes decidir’». En este sentido, explica que si bien Emilia procede de una clase social adinerada, «sus compañeras de prisión vienen de situaciones terribles, de familias inexistentes, de pobreza, educativa, económica, afectiva... y ante toda esa pobreza hay que actuar antes» porque la competencia última atañe a los adultos. «Ellos son responsables de sus errores, claro, pero necesitan a los adultos. Somos nosotros los que tenemos que dar la cara, los que tenemos que cuidarlos. Los que tenemos que saber interceptar un malestar o una desesperación. El que se salva es aquel al que se ha mirado con confianza».
En su vuelta a la vida, en Sassaia, Emilia debe sobrevivir sin poder esquivar el escrutinio vecinal. «Los habitantes también se redimirán, pero poco a poco», dice Avallone, quien considera que «cada vez nos vamos aislando más, en casa, ante una pantalla. Y la revolución pasa por cruzar el umbral y encontrarnos con los demás. Para mí, cruzar ese umbral fue un regalo, aparte de escribir este libro, porque en una situación de sufrimiento de una cárcel, también hay una humanidad extraordinaria». Sensibilidad que se palpa al «ver de qué manera reaccionan ante una poesía que se lee en voz alta. Las ganas que tienen de una palabra distinta, de cambiar reo o preso por alumno o estudiante. Eso es un milagro. Hay belleza. Es decir, necesitamos volver a un mundo donde nos podamos encontrar y ayudar».
Corazón negro es una historia dura, compleja y cruel con el propósito de que los lectores sientan lo que sintió su creadora. «Realmente, el personaje de Emilia te revuelve las tripas, te pone nerviosa, pero también te inspira ternura. Entonces, cuando descubres lo que ha hecho ya no puedes ir para atrás. Tienes que comprenderlo. Sufres con ese horror, pero al mismo tiempo el bien que sientes hacia ella no se borra. Lo difícil es la complejidad, es incómoda», asegura.
Avallone ha sido comparada con Dostoyevski y aunque «es un honor, pero no es así», la autora italiana reconoce que justamente es su autor preferido, «el escritor que me deja sin aliento cada vez que lo leo. El más grande. Leí Crimen y castigo cuando era adolescente y fue la que me planteó el tema del mal, saliendo de la crónica más rápida y simplista. En su caso estás al lado del asesino, en una posición incómoda porque igual que con Emilia, sientes el horror de lo que hace, pero también quieres al personaje. Te haces tuyo el mal y buscas, sin duda, la redención».

Corazón negro/Cor negre ha recibido los premios Elsa Morante y Viareggio-Repaci y se ha publicado en 25 países. «Es una alegría ver que tiene muy buena acogida, aunque hable de temas espinosos. Estos chicos, que en el telediario serían los monstruos, son personas enteras. No son solo el mal que han cometido, el mal que han sufrido. Son como los demás, no somos solo nuestros errores, no somos solo nuestras victorias. Es decir, esta complejidad del ser humano es importante para mí. Lo aprendí como lectora y después me sirvió para la vida. Leer sirve para vivir y me gustaría que todos leyéramos mucho más», concluye la escritora.