Los Polverino financiaban las operaciones con un sistema de aportaciones económicas, una especie de ‘crowdfunding’ del narcotráfico. Las cuotas se aportan en función del rol que cada miembro tiene en la organización. «El capo siempre tiene el derecho de participar en todas las operaciones que se lleven a cabo, independientemente del grupo que las realice, siendo el mayor inversor para estas operaciones y el que más beneficios obtendría», explica el auto elaborado en su día por el juez Eloy Velasco. El resto, en este peculiar sistema de micromecenazgo, invierten hasta cubrir lo necesario para un envío de droga, de forma que la ganancia irá en función de su aportación. Cada camionero recibía por parte del clan un pago de 60.000 euros por viaje. El hachís procedía de Marruecos y llegaba hasta Nápoles.
La actividad de los Polverino, a veces reflejada en ostentosos modos de vida, no solía pasar desapercibida. Según el auto del juez Eloy Velasco, la Guardia Civil incluso llegó a intervenir una conversación en la que la responsable de una empresa inmobiliaria dice: «No he notado mucho la crisis porque al estar trabajando con ellos todos los meses sueltan pasta». El auto habla también de la existencia de «fotografías en varias fiestas o lugares de ocio, evidenciando su estado de bienestar social y económico». De hecho, en uno de los golpes policiales a la estructura los integrantes del clan fueron sorprendidos tras una noche de juerga en Marbella, con alcohol y prostitutas. También eran habituales las partidas de póker.
Pagaban una ‘cuota de respeto’ al clan predecesor, el de los NuvolettaLa Costa Daurada constituyó en España la primera ‘paranza’ del grupo, como así se conoce en el argot al establecimiento en un lugar para dirigir las operaciones. La huella del jefazo ‘O Barone’ y sus secuaces se extendió por toda la costa mediterránea, desde Tarragona –con diversos puntos en toda la provincia– a Ceuta, pasando por Castellón, Alicante, Málaga y Cádiz. El clan Polverino ganaba con el hachís unos 60 millones al año, que blanqueaba en parte en Tarragona. Aunque tenía que pagar una cierta cantidad de dinero al mes a su antecesor, el de los Nuvoletta, por sustituirle en sus actividades. En el argot camorrista, se le conoce como una ‘cuota de respeto’.
Los miembros directos del clan estaban al mando, pero el organigrama se completaba así: en un segundo plano estaban los familiares directos, especialmente las mujeres de los camorristas, con un rol clave a la hora de ocultarlos, de proporcionar vehículos, dinero o domicilios. En tercer lugar figuraban los colaboradores, responsables del alquiler de viviendas, de coches o que ejercían incluso de conductores. Ni la prisión evita que los dirigentes mafiosos muevan los hilos de sus organizaciones. Giuseppe Polverino, el capo principal, está encarcelado, pero dirige la banda en la sombra. Giuseppe Simioli, ahora detenido, era el ‘jefe en la calle’.
La banda llegó en 2007 a la provincia y estuvo operando durante tres añosEl clan, que llegó a Tarragona en 2007, se acabó marchando, acuciado por las investigaciones, a partir de septiembre de 2010. El clan no sólo viajaba en coches de alta gama. Dos miembros, tras moverse en un Audi y pasar la noche en un hotel de Salou, viajaron en AVE a la estación del Camp y se trasladaron a Alicante. Allí se fue desplazando el clan por razones de seguridad, hasta terminar en Andalucía. Las mensualidades de los alquileres en las que vivían los integrantes se abonaban en efectivo y, si se iban antes de tiempo y a toda prisa, entregaban las llaves y renunciaban incluso a la devolución de las fianzas.
El auto que difundió en su día el juez Eloy Velasco, desgrana toda una red de colaboradores en torno a la banda: desde agentes inmobiliarios que miraban hacia otro lado cuando recibían cantidades de dinero astronómicas a abogados que creaban estructuras empresariales para ocultar el origen ilícito del dinero de la droga. Incluso tenían a sueldo a un empleado de banca que avisaba a los miembros del clan cuando los jueces requerían información.