«Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad y de paso, también a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas, comunistas y anarquistas, predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen».
Esta arenga del general golpista Queipo de Llano da inicio al cortometraje dirigido por Julieta Olaso A pie de fosa. Género y memoria de la represión, sobre las fosas comunes de la Guerra Civil española y que se podrá ver el día 19 en el centro cultural Igualdad, sito en Rosario, Argentina; el 24 de marzo en el Campus Catalunya de la Universitat Rovira i Virgili (URV) y el 12 de mayo en un ciclo dedicado a cooperación internacional, en Cambrils.
Julieta Olaso es una argentina afincada en Vila-seca, por lo que una de las primeras preguntas es, cómo teniendo sus propios muertos, se preocupa de los ajenos. «No tan ajenos», responde esta antropóloga social. «Me enamoré de un español que tenía a su abuelo desaparecido».
A partir de ahí se inició una búsqueda que tuvo por muro el silencio, una y otra vez. «Como antropóloga indagué en todos los apellidos de Quintanar de la Orden, en Toledo, pero no había datos. Ningún indicio», cuenta.
Y esta es una de las diferencias clave que Julieta aprecia entre los dos procesos postdictatoriales. «La mentalidad de los represores en España y Argentina a lo mejor fue muy parecida. Pero no así la metodología ni tampoco las respuestas. Piensa que el franquismo estuvo 40 años y todos, hijos e hijas de vencedores y vencidos fueron educados por el sistema con un único relato. No había alternativos. Hasta la tercera generación, que son los nietos, que empezaron a cuestionar. Es un hecho que reflejo en mi libro La represión y las luchas por la memoria en Argentina y España».
Tabú general, social. También familiar. «Mi suegra, que ya murió, fue criada por su tía, que tenía unos 16 años porque su madre con su marido detenido, desaparecido o muerto se tuvo que ir a Madrid a tratar de sobrevivir. Nosotros, al ver que no aparecía ninguna información, las obligamos a que hablaran. Y fue maravilloso», revela. «Ahí se enteró de que su padre sí la quiso y que fue detenido precisamente cuando fue a inscribirla al registro. Era septiembre del 39. Postguerra, represión».
El golpe de fortuna para la familia llegó a raíz del hallazgo de un cementerio clandestino en una cárcel de Pamplona con unas 200 víctimas. Y fue ahí donde encontraron a su antepasado, con nombre y apellidos. Más allá del descanso y reconciliación entre los suyos, Julieta empezó a trabajar a pie de fosa, «haciendo entrevistas, rompiendo el silencio, un material emocional e increíblemente único. Fue un universo absolutamente impresionante para mí. Cuando yo empecé me di cuenta de que estábamos desobedeciendo algo que no alcanzaba a entender ¿por qué?».
Fue en otra de las fosas, en Loma de Montija (Burgos), donde empezaron a surgir rumores de violencia de género. «Entraron los italianos, fascistas y mataron a una treintena de hombres de unas 60 viviendas. Se los llevaron, los fusilaron y volvieron a violarlas a todas. Es de una crueldad brutal y después salió el tema de las rapaduras», señala Julieta.
«Es un horror, depravación humana. La crueldad absoluta a la que puede llegar el ser humano»Unos testimonios, el de las familiares de aquellas víctimas, que recoge en el cortometraje A pie de fosa. Género y memoria de la represión. Ana, Esperanza y Marisol, descendientes de aquel horror, cuentan lo que llegan a recordar, lo que a ellas les explicaron, lo que sienten y cómo se sienten, «horror, depravación humana, la crueldad absoluta a la que puede llegar el ser humano», como afirma una llorosa Ana, tantos años después de aquellos hechos.
Ana
«Nací el 1 de enero del 38, en la cárcel, en Burgos. Cuando salí, yo era muy pequeña. Y el recuerdo que tengo de mi tía es el de verla con la cabeza rapada. Me impresionó mucho a aquella edad», manifiesta Esperanza. Asimismo, también Ana hace referencia a las rapaduras.
«Todos los niños tienen padre. El mío no estaba. Aquello fue un drama y que no pretendan ahora que no se mueva nada»« A las mujeres las rapaban, las paseaban, les hacían barrer la plaza, limpiar la iglesia. Les daban aceite de ricino para que se hicieran sus necesidades encima. Los testimonios que tengo no confirman el aceite de ricino, pero sí la rapadura. Y en lo que respecta a las violaciones, muchas se llevaron el secreto a la tumba. Pero ninguna volvió a rehacer su vida. Quedaron marcadas para siempre. Era algo muy brutal, denigrante, como mujer y como persona», asegura Julieta.
Una represión que entra así en la vertiente de género y que el vídeo trata de condensar. En este sentido, Marisol es contundente, «violando a una mujer destrozan a esa mujer, a su madre, a su marido y a sus hermanos. En mi familia no puedo asegurar que no pasara. Es una vergüenza que a quien defendió la legalidad se le haya tratado realmente como al delincuente, como al malo. Que no se haya hecho como en otros países. Poner nombres y apellidos. Y juzgar».
«Es una vergüenza que a quien defendió la legalidad se haya tratado realmente como al delincuente »
Terra Alta
La memoria en Corbera d’Ebre
En la Terra Alta, Julieta está trabajando en recuperar la memoria histórica a través de talleres en Secundaria y Bachillerato con la Associació del Poble Vell de Corbera d’Ebre.
«Es una zona con mucho contacto con la batalla de l’Ebre, es un contexto más de guerra. Estamos entrevistando a gente muy viejita, que empieza a hablar», explica la antropóloga.
«En Batea, por ejemplo, en los talleres con los jóvenes les enseñamos técnicas de entrevistas, el contexto, a hablar con sus bisabuelos, abuelos, tíos y vecinos porque se trata de tejer redes y de que sea intergeneracional, que los chicos y chicas vean a sus ancianos como personajes históricos».
En este sentido, Julieta se pregunta, «¿Quién, con esa edad y en esa zona, no tiene historias brutales?». Personas que se vieron obligadas a dejar la escuela, a ponerse a trabajar a la edad de 12 años, que les mataron al padre, a la madre o a ambos... «Todas las historias son tremendas. Todas», sentencia.
El documental ha contado con la colaboración de Hedy Herrero, editora. Óscar Rodríguez, fotografía y Santiago Campos, música.