El vecino de La Bisbal del Penedès, Dani Crespo, la logrado la carta que el president de la Generalitat, Lluis Companys, envió al que era presidente del consejo de Ministros, Juan Negrín el 25 de abril de 1938. Crespo la logró en una subasta en Barcelona. Aunque era conodido el escrito, la misiva tiene el valor de la originalidad.
En la carta Companys lamenta los «hechos que dañan la confianza y moral de la retaguardia de Catalunya» como los fusilamientos y abusos que tropas de la República que bajo el mando de Negrín cometieron en Catalunya.
Menosprecio a la Generalitat
El president pide aclarar los abusos y rechaza «el procedimiento expeditivo de unas fuerzas del gobierno de la República que entran con ametralladora por sí y ante sí, con atropello y menosprecio para la Generalidad, y sin previa gestión, comunicación o denuncia».
La carta estaba en el lote de un piso subastado y Crespo la compró a quien se hizo con el paquete. Es su primera adquisición de material político. Por su experiencia en subastas dice no son muchas las cartas de Companys que ha visto.
La misiva narra la preocupación de la población civil por la violencia de sectores de la República en Catalunya. «Se me denuncia que el comisario de policía de Cervera ha armado a un grupo de individuos de antecedentes poco recomendables, quienes practican detenciones, registros, atropellos y fusilamientos de supuestos sospechosos. Práctica esta, la de armar individuos, que ya se había usado hace unas semanas en la vecina ciudad de Barcelona y otras localidades».
Ningunea a la Generalitat
Companys también lamenta cómo el gobierno de la República ningunea al de la Generalitat. «Los tribunales de guardia permanente que funcionan en Cataluña y dependen directamente del Gobierno Central (vulnerando el Estatuto y las normas de traspaso que determinan los jueces con jurisdicción en nuestro territorio deben ser nombrados por la Generalitat) cumplen su misión mediante el rápido procedimiento establecido por el decreto del gobierno de la República. Y esta semana llegan casi al centenar las penas de muerte».
Describe el president como en Catalunya, «el sentido profundamente democrático de nuestro pueblo, permitió superar las circunstancias y que el país fuera recobrando su fisonomía» y que «por imperio de la Guerra, se supeditasen incluso los ámbitos más justificados de reparación a la necesidad más primordial y única de aunar todas las voluntades y medios en una sola y común finalidad de ganar pronto la guerra».
Companys recuerda que el gobierno de Catalunya defiende una relación frecuente con el de la República «y se evitarían confusiones y rozamientos nacidos de la estancia en Barcelona del Gobierno de la República», pero que la Generalitat ha quedado «en una instución sin relieve» y que «los hombres de nuestro pueblo no tienen intervención no ya en los aspectos fundamentales del orden y politica interior, ni de guerra, ni casi en las funciones propias administrativas enlazadas con sus servicios».
Reconoce Companys que hay un estatuto que debe amoldarse a las necesidades de la guerra, «pero el estatuto fue reconocido, en virtud de una realidad, osea de la existencia de Cataluña que forma la impoderable moral, la tradición, su historia nacional y su idioma, voluntad y espíritu».
Y advierte que «una conciencia colectiva, cuya manifestación política se traduce hasta el hecho de que no pueden arraigar en Cataluña los partidos políticos de gerarquía y organización en toda España».
Dice que «no es falta de amor ni mengual de los sentimientos que intensa e inquebrantable solidaridad, sino un mero y sintomático exponente del hecho político. La existencia de Cataluña como personalidad colectiva, definida y propia».