En la política francesa una de las frases más recurrentes es: el presidente De Gaulle (Charles De Gaulle) no lo haría. Es una vara de medir la acción política que viene a decir: delante de un reto de país, ¿cómo hubiese reaccionado una de las figuras más amadas de Francia ante un resultado poco propicio? Todos los candidatos a president de la Generalitat destacan por su pasión por la historia. No les extrañaría saber que el famoso De Gaulle, el hombre más importante de la historia francesa tras Napoleón, dimitió al perder un referéndum sobre unas reformas en 1969. Acababa de ganar unas presidenciales unos meses antes, pero se marchó al saber que sus franceses habían dejado de amarlo. Ah, el amor... Ese escurridizo y manipulable sentimiento que todos los políticos buscan. ¿Quién levanta pasiones entre los catalanes? Bueno, si los llevamos a este terreno, Carles Puigdemont se lleva la palma. Es el más emocional de los candidatos. A favor y en contra. Eso hace de él un divisivo. Incluso las voces del independentismo que claman por una repetición electoral que permita a Puigdemont liderar todo el espacio independentista –una se pregunta qué desayunan esas voces– son conscientes de que, para hacerlo, los que lo odian deben empezar a amarlo.
Salvador Illa aparecía durante la noche electoral algo estupefacto de saberse el receptor de tanto amor. No supo, o no quiso, alterar más el ritmo cardíaco de los catalanes y nos ofreció un discurso que puede resumirse en «todo bien, pero lo que yo quiero es irme a descansar». Comprensible, pero no muy sexy. Pero su menor seducción es un arma muy potente políticamente hablando. Todos pueden quererlo un poco. No ahora, no mañana, no pasado. En realidad, nada va a moverse hasta que no pasen las elecciones europeas. Todo lo que se diga estos días, todas las declaraciones, todas las promesas, se las va a llevar el viento del pragmatismo y el interés. Nadie va a querer asumir ser el responsable de una repetición electoral. Nadie.
Pere Aragonès ha hecho un De Gaulle de manual. Asumir la derrota electoral y abandonar la primera línea política es la decisión más honesta. No estoy segura de cuál era el capital sentimental acumulado, pero, en cualquier caso, no el suficiente. Él debería saber que seguramente será más amado como expresident, aunque ahora sea poco consolador.
¿A quién aman los catalanes? Quizás a personas distintas. En toda relación llega el momento en el que se necesita un cambio. Dicen que renovamos todas las células de nuestro cuerpo cada siete años. A nivel biológico no somos los mismos, sería una buena guía para que esa misma renovación llegase a nivel político. Nuevos nombres. Dejar paso. De momento no parece una opción muy viable. Tenemos las mismas parejas de baile y cada vez menos ganas de mover el esqueleto. La abstención gana.
¿Volverá Oriol Junqueras tras la ley de amnistía? ¿Continuará Carles Puigdemont si no es elegido president? ¿Qué hará Salvador Illa si nadie quiere pactar con él? ¿Qué hubiera hecho el General De Gaulle? Sin amor es difícil vivir, pero es imposible gobernar. En cualquiera de los tres casos, el inmenso francés hubiese abandonado el palacio del Eliseo, para perderse en los jardines de su casa. El amor, en política, es el cimiento de todo. Saber dejar una relación siempre es lo más difícil.