Por segunda vez, Pedro Sánchez ha conseguido este jueves ser investido presidente del Gobierno, aunque es la tercera ocasión en la que prometerá su cargo ante el rey porque llegó al Palacio de la Moncloa de la mano de una moción de censura contra Mariano Rajoy.
Desde aquel 1 de junio de 2018 en que consiguió la confianza del Congreso, ha recorrido un camino no exento de dificultades, y el que empieza ahora, pese a haberse estrenado en lograr la mayoría absoluta de la cámara, se antoja que no va a ser nada fácil a tenor de lo que se ha vivido durante los dos días de debate de investidura.
Sánchez cuenta con el apoyo indudable de sus diputados y aspira a que su coalición con Sumar le dé menos sobresaltos que la que firmó con Unidas Podemos en la anterior legislatura. Como él mismo diría, que haya menos decibelios en la relación.
A partir de ahí, el resto de socios le han certificado su respaldo, pero han dejado en el aire que se pueda conseguir el deseo de los socialistas de que, junto a la investidura, se garantizara también la estabilidad de la legislatura.
Sánchez ha arriesgado. Lo hizo con los indultos a los líderes independentistas y ahora lo hace con una amnistía que siempre había rechazado pero que ha asumido ante la necesidad de los votos de los diputados de Junts y ERC para reeditar mandato.
Fuego amigo
Hay acuerdo firmado y el líder socialista les ha dado su palabra en el debate de que cumplirá, pero en medio de la desconfianza mutua los portavoces de ambas formaciones soberanistas le han querido dejar claro que estarán vigilantes y que si lo rubricado no se va convirtiendo en realidad, le dejarán caer.
Nogueras, de la formación de Carles Puigdemont, ya le dijo que con ellos no tentara a la suerte tras acusarle de no haber sido lo suficientemente valiente en su discurso, y por parte de Esquerra, Gabriel Rufián le recordó que tienen capacidad para obligarle, incluso, a convocar un referéndum.
Sánchez estará entre ese posible fuego amigo y la nada amistosa oposición de la que Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal han hecho durante estos días una mera carta de presentación.
Se ha mascado la crispación y han sembrado dudas sobre la legitimidad del nuevo Gobierno hablando de fraude y corrupción política.
Es el avance de la ofensiva que prevén protagonizar en las instituciones y en las calles, donde los más exaltados mantienen la presión sobre las sedes socialistas con ataques que dan munición al argumento del reelegido presidente de que los mensajes de la ultraderecha llevan al odio y la violencia.
Apunta directamente a Vox, pero considera que el PP ha ligado su suerte a ese partido en los que ha denominado «los pactos de la ignominia», y ante ese dúo se ha presentado como un muro que detenga sus aspiraciones.
Nada de tranquilidad
Lo vivido en la Carrera de San Jerónimo este miércoles y jueves es el espejo de lo que le espera a Sánchez. Nada de tranquilidad y convencer a los socios ley a ley.
No le es extraño ese horizonte porque ya ha flotado en un escenario parecido durante sus casi cuatro años del Gobierno de coalición, pero ahora la mayoría sólo es posible con una aritmética en la que los diputados de la formación de Carles Puigdemont se suman a la ecuación en el capítulo de los imprescindibles.
Sánchez no se puede permitir su enfado, ni el de ERC, ni el de EH Bildu o el del PNV, y tendrá que nadar entre todas esas aguas para cumplir su objetivo de dotar estabilidad a su Gobierno en los próximos cuatro años.
Al mismo tiempo tendrá que prodigarse en la pedagogía sobre la amnistía en la que prometió implicarse a partir de que las negociaciones dieran sus frutos y su investidura se conviertiera en realidad.
El momento llega a partir de ahora, pero previamente tendrá que decidir quienes le van a acompañar en el nuevo Consejo de Ministros, una incógnita que estará despejada con seguridad antes del martes porque ese día presidirá la primera reunión de su nuevo Gabinete.
Antes, este viernes, él prometerá ante el rey el cargo para el que ha sido avalado por 179 diputados. Su primera mayoría absoluta que, sin embargo, no le garantiza una legislatura tranquila.
Lo reconocen en las filas socialistas y lo dan por seguro en las del PP, donde alguno de sus dirigentes, justo después de ser testigo de la nueva investidura de Sánchez, le responsabilizaba de toda la incertidumbre con la que tenga que convivir a partir de ahora: «él lo ha querido».