La factura más sensible

Política. Antes de ganar la batalla de las ideas hay que ganar la batalla de los bolsillos. Prevenir antes que curar y de que sea demasiado tarde

17 agosto 2021 05:30 | Actualizado a 17 agosto 2021 05:56
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La desorbitada subida de la luz se ha convertido en el escándalo del verano y ha tenido la virtud de colocar un asunto de potente impacto social en el epicentro de las preocupaciones. Una ‘tormenta perfecta’ que obliga al Gobierno de coalición a tomar medidas urgentes y que tensiona las relaciones entre los dos socios en un momento de impasse veraniego, cuando la negociación de los Presupuestos está a la vuelta de la esquina.

La factura política a pagar puede ser muy costosa. Las tensiones que sufre el Ejecutivo tocan una fibra muy íntima y profunda, de una relevancia crucial para el imaginario de la base social de ambas formaciones.

Contra todo pronóstico, el foco del debate público en España ya no está tanto en la persistente cuestión identitaria, ni siquiera en los ecos del conflicto catalán, avivados por la polémica de los indultos a los dirigentes del Procés. Son cuestiones que parecen ya de la prehistoria, que están bastante amortizadas, a pesar de que el nacionalismo español se ha convertido en los últimos tiempo en un elemento de movilización después de años de estar oculto en el armario tras la dictadura.

Bajo la asfixiante sombra de la Covid se ha ido larvando un difuso malestar social que ahora puede catalizar la indignación popular con esa subida del precio de la luz. Históricamente algunas de las revueltas populares han tenido su origen en esas rebeliones contra la subida de precios o de tasas o contra la carestía o escasez de ciertos alimentos básicos.

Salvando las evidentes y abismales distancias en las situaciones, el disparatado coste de la lavadora evidencia que hay algo que falla. El compromiso por la modernización económica y por la igualdad no puede pasar por alto una progresiva sensación de abuso de poder y de agravio comparativo en perjuicio del interés público que rodea el espectacular encarecimiento de la energía.

Si alguna consecuencia ideológica tiene la lucha contra la pandemia es que está devolviendo el valor del interés de la comunidad frente a los individualismos. Es precisamente esta percepción crítica la que puede catalizar ese sentimiento colectivo de descontento. Deberían ser las propias grandes compañías eléctricas las más interesadas en aclarar estas lagunas que deja el mercado.

La cuestión del precio de la energía y la de la carestía de la vivienda se han convertido de hecho en dos factores estructurales de desigualdad social que amenazan con comprometer la vida digna de millones de personas y que ponen en entredicho las expectativas de las nuevas generaciones.

Se trata de una injusticia palmaria que requiere soluciones firmes, pero a la vez complejas. No hay varitas mágicas. Pensar que las cosas se resuelven a golpe de consigna propagandística es de un infantilismo atroz.

El PP ha estado rápido de reflejos al coger la bandera de la oposición, más allá de que su discurso tenga puntos débiles si se recuerda la gestión de sus gobiernos en estas materias. La coalición que lidera Pedro Sánchez pondrá a prueba las costuras que unen a un partido socialdemócrata con otro nacido a su izquierda.

Lo mismo ocurre con la devolución de menores inmigrantes en Ceuta, un primer episodio de la normalización de relaciones con Marruecos, que solivianta a Unidas Podemos y le genera problemas de conciencia.

La ‘realpolitik’ fuerza esta dialéctica difícil y contradictoria que, a veces, lleva al choque y también a la exhibición de diferencias hasta el borde del precipicio.

El debate social y económico es el más inflamable y va a dirimir en los próximos tiempos la batalla del poder en España. Los fondos europeos deben servir para cambiar el modelo productivo y también para corregir las desigualdades. Si no, el malestar lo capitalizará el populismo más ultra.

La asignatura pendiente de la izquierda en el poder pasa por neutralizar estos focos en los barrios de tradición obrera de las grandes ciudades, donde Vox está agazapado con sus mensajes simplistas, plagados de estereotipos y prejuicios.

Este caldo de cultivo de descontento no va a gestar respuestas progresistas o desde un anticapitalismo de nuevo cuño, a la izquierda de Podemos para entendernos. No. Servirá para que crezca el flanco antisistema más reaccionario. Es un fenómeno tóxico con precedentes en Europa que carcome los cimientos de las democracias liberales. Antes de ganar la batalla de las ideas hay que ganar la batalla de los bolsillos. Prevenir antes que curar y de que sea demasiado tarde.

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