«Uno no puede amar a su país sólo cuando gana». Joe Biden se refería a Donald Trump, pero se podía referir a toda una nueva generación de políticos que no parecen muy dispuestos a gobernar una realidad si esta no se adecúa a la perfección a sus gustos. Joe Biden es un político de otra época, de otro momento. La histórica decisión de Joe Biden de retirarse como candidato demócrata a la presidencia señala un inminente final para una de las carreras políticas estadounidenses más importantes. A sus 81 años, el presidente más viejo en jurar el cargo, finalmente ha cedido al tiempo y a su propio partido. Alguien más, posiblemente la vicepresidenta, Kamala Harris, se enfrentará a Donald Trump en noviembre. Con pocas posibilidades de ganar a la maquinaria republicana, en cuatro semanas la convención demócrata debe encontrar un relato, un «ticket» que no los lleve al desastre. Algunos hablan de George Clooney, y eso ya da una idea de la magnitud del desastre. Terra incognita, como decían los mapas antiguos cuando no se conocía el lugar. Y los demócratas no saben a dónde van, más allá de una más que probable derrota. Biden permanecerá en la Casa Blanca hasta enero. Pero pronto, demócratas y republicanos observarán algo nuevo: un panorama político sin Biden en su centro.
La apuesta por este anciano presidente no ha podido sostenerse en este tiempo de juventud eterna. Las preguntas sobre la edad y la aptitud de Biden crecían antes del desastroso debate en Atlanta en junio, que vio estallar la disensión demócrata. Al principio, Biden mostró su característica resiliencia culpando a las «élites» a las que nunca sintió pertenecer, prometiendo luchar. Pero entonces Trump sobrevivió a un intento de asesinato y emergió aparentemente más fuerte que nunca. Esa oreja de Van Gogh es un maná caído del cielo para el irresponsable de Trump.
Las llamadas de los demócratas para que Biden se retirara crecieron hasta el punto de que incluso Obama –o su entorno– se unió al clamor unánime. El New York Times en pleno (jamás se había visto una edición con todos los columnistas al unísono tras el 11 de Septiembre), George Clooney, la heredera de Disney (una de las mayores donantes de la campaña demócrata) y toda una retahíla de grandes fortunas sin las cuales una carrera a la Casa Blanca es imposible. Eventualmente, las escuchó ayer, y así lo comunicó a todo el mundo en una carta en la que reivindicó su presidencia mientras que unos minutos más tarde ofrecía su apoyo a una Kamala Harris que está lejos de poder ofrecer una oportunidad real a los demócratas. «Hoy quiero ofrecer todo mi apoyo y respaldo para que Kamala sea la candidata de nuestro partido este año. Demócratas: es hora de unirse y vencer a Trump. Hagámoslo». Biden difundió este mensaje poco tiempo después de publicar la carta en la que anunciaba que abandonaba la carrera a la reelección, por el interés de su partido y del país. «Ha sido el mayor honor de mi vida ser su Presidente. Y si bien mi intención ha sido buscar la reelección, creo que lo mejor para mi partido y para el país es que me retire y me concentre únicamente en cumplir mis deberes como presidente durante el resto de mi mandato».
«Compañeros demócratas, he decidido no aceptar la nominación y concentrar todas mis energías en mis deberes como presidente durante el resto de mi mandato. Mi primera decisión como candidato del partido en 2020 fue elegir a Kamala Harris como mi vicepresidenta. Y ha sido la mejor decisión que he tomado», apuntó el presidente.
El Partido Demócrata se asoma así al abismo de tener que elegir un candidato que se enfrente al expresidente Donald Trump (2017-2021) en las presidenciales del próximo 5 de noviembre.
La edad ha sido el factor clave, pero no el único. No en vano, Donald Trump es también un hombre de edad venerable, pero la genética y una miríada de factores hace que nadie vea a un incapaz cuando ve a Trump. Muchos verán en él un peligro, otros una oportunidad, pero no a un anciano que tropieza cada vez que sube la escalerilla del Air Force One, que confunde a Vladimir Putin con Zelensky, que mira a un objetivo de cámara inexistente y que aparece más desorientado que nunca.
Pero no deberíamos olvidar que Joe Biden ha sido un magnífico presidente para los americanos y un buen presidente para el mundo, aunque tan proteccionista en lo que concierne a la política económica como lo es Trump. Su apoyo a Ucrania no ha tenido fisuras, aunque tampoco ha sido un Plan Marshall, sino una oportunidad más para la industria americana de mostrar su superioridad sobre la europea. Pero ha apoyado a Ucrania ante la agresión militar rusa y no ha dudado nunca que la ayuda militar y económica debería continuar. Se equivocó en el nombre al llamar Putin a Zelenski pero jamás se equivocó en quién apoyar. Y esta gran fortaleza de Biden ante Trump, es la que no se ha sabido explotar. Su credibilidad, su fiabilidad, su predictibilidad. Sin él los demócratas, los EE. UU. y el mundo entran en terra incognita. Biden sabe distinguir entre la verdad y la mentira. Pero como decía la película de los hermanos Coen: este no es un país para viejos, ni es un mundo para viejos. No se perdona el error a un anciano, mientras que a un irresponsable se le ríen todas las gracias.
Todo parece indicar que Kamala Harris será la elegida en Chicago dentro de cuatro semanas por la convención demócrata. Kamala Harris, que hasta hace poco era criticada por su falta de carisma, deberá llevar a su partido hasta el primer domingo del mes de noviembre de este año como sea, buscando votos entre los abstencionistas, arañando posibilidades. No lo tiene fácil. Y es mujer. Lo tiene casi imposible.