Los talibanes conmemoran hoy el 11-S con la investidura de su nuevo Gobierno interino, el último paso para consolidar el poder ganado en el campo de batalla tras dos décadas de guerra. Han elegido una fecha que «es símbolo de la invasión, la destrucción y el saqueo de Afganistán por parte de los estadounidenses. Eso es historia. Ahora llegan la paz y la esperanza con el emirato», afirmó el mulá Hanoun Haqqani, recién nombrado responsable municipal de Kabul, a la salida de la oración en la mezquita de Wazir Akbar Khan.
La mayoría de talibanes se niegan a hablar con la prensa porque dicen no tener permiso, pero los altos cargos no lo dudan. Con su gran turbante negro y su barba más negra aún y un palmo de larga, el que podría considerarse alcalde de la capital recuerda «la brutal ofensiva aérea de dos semanas con la que atacaron para dar luego inicio a la invasión. Gracias a Alá hemos vencido y el futuro es nuestro».
Vehículos todoterreno de lujo se suceden en los aledaños del templo tras una oración en la que se ha pedido a los afganos que no abandonen el país y se queden para colaborar en la reconstrucción. Unas palabras que no llegan a los miles y miles de personas que siguen a la espera de una llamada salvadora que les permita abandonar el emirato.
A cada paso que da el mulá Haqqani recibe el saludo de alguno de los fieles que han abarrotado el templo. Tras dos décadas en la más absoluta clandestinidad, como el resto de dirigentes del movimiento, ahora tiene una nueva vida. «Los estadounidenses no tenían ningún en interés en ayudarnos. Solo defendían su agenda. Ahora tenemos seguridad y pronto saldremos de la crisis económica. La gente debe estar feliz», sentencia al tiempo que pide a sus escoltas que se pongan a su espalda y exhiban sus armas para la foto del periodista extranjero.
«Los ataques fueron muy duros»
La llegada de los talibanes ha cambiado el paisaje de la ciudad. Desde Wazir Akbar Khan a Khair Khana hay apenas unos diez minutos de coche. En el trayecto se pasa frente a la antigua Embajada americana, un lugar en el que los talibanes han cambiado la bandera de barras y estrellas por una enorme del emirato pintada en el muro que protege el acceso principal.
Todo aquel que entre ahora en esta legación pasará frente a la profesión de fe que reza que «no hay más dios que Alá y Mahoma es su Profeta». La que George Bush bautizó como «guerra con el terror» fue la respuesta de Washington a los ataques del 11-S, y Afganistán fue su primer campo de batalla. Dos décadas después, la imagen a las puertas de la antigua sede diplomática es un resumen perfecto de la derrota.
Khair Khana es un barrio de mayoría tayika donde se han registrado algunas de las protestas más importantes contra los talibanes, mayoritariamente pastunes. Solo hay un puesto de control en uno de los accesos, pero dentro no hay milicianos. Asadullah Kohistany es el director de la escuela Ghulam Haider Khan, conocida como la ‘escuela de la esperanza’ por su gran número de estudiantes y porque se ha mantenido operativa en las últimas convulsas décadas. Kohistany se enteró de los atentados del 11-S por televisión y nunca pensó «que fueran a significar el inicio de una nueva guerra para nosotros. Los ataques por aire fueron muy duros para una ciudad que estaba destrozada tras años de guerra civil y Gobierno talibán. Me pasé dos semanas sin salir apenas de casa, pero un día salimos y los talibanes se habían esfumado. Éramos libres», recuerda.
«Nos engañaron»
Pasea por un recinto vacío. El curso pasado tenía 10.000 alumnos matriculados para los cuatro turnos diarios de clases. Ahora no saben cuándo arrancará el curso porque «los talibanes no aceptan que las mujeres sean profesoras de niños mayores de 12 años, y la mitad de nuestro personal docente son mujeres. ¿Qué podemos hacer?», se pregunta angustiado. Las loas y saludos a los líderes talibanes de Wazir Akbar Khan se convierten en críticas en esta escuela en la que el director asegura que se sienten «traicionados por Bush. Creímos en el cambio, pero nos engañaron. Apostaron por los viejos señores de la guerra y les hicieron mucho más ricos de lo que eran, pero la mayoría de los afganos somos ahora más pobres que antes. Si esto no fuera poco, han huido y nos han dejado de nuevo en manos de los talibanes. Son unos traidores».
Asadullah Kohistany piensa que «los islamistas son los mismos de siempre, pero Kabul ha cambiado y nosotros también. El anterior emirato apenas tenía 200.000 habitantes. Hoy somos nueve millones de personas llegadas de todo el país».
En Khair Khana, como en otras muchas partes de la capital, nadie celebrará la llegada del nuevo Gobierno, formado por el ala más dura talibán, con 30 de los 33 ministros pastunes y sin presencia de mujeres.
El 11-S une a todos los afganos porque fue la fecha en la que se abrió la puerta a una nueva guerra. Veinte años después, la fuerza y la esperanza de los talibanes choca con la impotencia y la falta de futuro de una parte importante de afganos que solo piensan en salir cuanto antes del país.