Las noticias empiezan a saltar antes del cierre de los colegios electorales. Ayer fue una noche larga, porque los italianos –siempre los italianos– cierran las urnas a las 23.00 y los demás tenemos que esperar a que los hijos de Roma voten, para poder saber qué hemos votado. Las tendencias –el péndulo– no entienden de razón, y lo que todos preveían se ha hecho realidad, la ultraderecha hace saltar el tablero político por los aires. No lo disfracemos. Esta es la verdad. En Francia el resultado es inapelable. Francia se come todos los titulares.
El presidente Macron anuncia la disolución de la Asamblea Nacional y nuevas elecciones legislativas para el 30 de junio en un primer turno y 7 de julio para la segunda vuelta. Es una apuesta arriesgada. Unas elecciones en clave referéndum que pueden hacer de él un nuevo General de Gaulle en 1968, es decir, dimisión presidencial tras un resultado electoral en contra. Francia entra en tierra desconocida. Hic sunt dracones (más allá hay dragones) decían los mapas medievales de las tierras y mares por descubrir. Esto es lo que deberíamos añadir al mapa de Europa: llevamos semanas, meses, años pronosticándolo, sin que nadie haya hecho gran cosa por evitarlo. Volvemos a las andadas, el populismo, el nacionalismo y el neofascismo consiguen millones de votos.
Mi amigo en París me envía un mensaje: «somos la vergüenza de Europa», le respondo: «No, sois el mejor reflejo de Europa». Francia no es cualquier país. Lo que ocurre más allá de los Pirineos nos afecta directamente. Jamás un presidente de la República se había dirigido a la nación tras unas elecciones europeas. Coup de tonerre, du jamais vu. Lo nunca visto.
Una vez más el discurso: que el ciudadano hable. Pero la verdad es que los franceses hace ya mucho que hablan, que avisan, que nos lo anuncian. El problema es que no hemos escuchado sus gritos. «Estamos listos para gobernar, para luchar contra la inmigración de masa, listos para devolver Francia a los franceses» una Marine Le Pen, exultante tras la decisión, le pone el tono a la noche. La posible convivencia de Macron en el Eliseo y Jordan Bardella en Matignon (la Moncloa francesa) es un punto de no retorno para Europa, y lo es para nosotros.
Fijémonos un momento en este joven, Jordan Bardella, que es el auténtico vencedor de las elecciones. Alto como un pívot de la NBA, siempre elegante, pelo corto perfecto y ninguna señal de acento parisino. Bardella, de familia de emigrantes italianos –los rital les llaman en Francia– tiene la gran ventaja de no llamarse Le Pen, de no tener asociaciones con la vieja extrema derecha, de representar el blanqueamiento absoluto de los propósitos neofascistas. La cara amable. Ha hecho una campaña impecable.
No le quitemos el ojo al joven Jordan, no excluyamos nada. Bardella representa la victoria de la Francia vacía, periférica, la que no asiste a los liceos de élite, la que no tiene una casa en la Costa Azul, la que apenas puede llegar a final de mes, la Francia abandonada por París. París, la magnífica, la maravillosa, es ella la gran derrotada de estas elecciones.
Se vienen tiempos desconocidos. Pero ante el terremoto francés no hay que obviar la gran verdad: las fuerzas políticas fundadoras del proyecto europeo mantienen el poder en la cámara europea. Los conservadores y los progresistas, los verdes y los liberales aguantan aunque los nubarrones están ahí. Ursula von der Leyen se abrazó a Giorgia Meloni –primera ministra italiana– al inicio de la campaña y ese abrazo fue un error absoluto. Dio a entender que era posible una alianza con la extrema derecha y las alarmas han funcionado en parte.
La puerta de Ferraz –la sede del PSOE– volvió a vivir escenas esperpénticas de señoras y señores rezando el rosario con una efigie de la Virgen de Murillo (pobre Murillo). Pero la Virgen no vota. Ciudadanos desaparece y el PSOE aguanta por los pelos. Victoria para el PP y derrota dulce para el PSOE en tantos por ciento, pero contundente en numero de votos.
Sin los resultados en Catalunya, otro gallo le cantaría a Sánchez. Pero las elecciones europeas como plebiscito no han funcionado. Los populares se comen a Ciudadanos pero no es suficiente. Es una victoria, sin duda, pero nadie puede negar que se esperaban más, que sus ambiciones iban por mucho más. Dos eurodiputados son una cosecha magra. Vox se consolida como referente de un espacio político que está ahí para quedarse. Obviarlo es un error. Pero por su derecha aparece lo excéntrico: Se acabó la fiesta, el partido anti-todo, que considera que la clase política es toda una ella una alimaña. El puñetazo encima de la mesa, el basta ya, el todos malos. Recogen el comprensible desasosiego y cabreo y celebran sus resultados en una discoteca de Madrid. El enfado es una fuente inagotable de votos.
En Catalunya la victoria del PSC es clarísima. Tanto que ya se puede afirmar sin tapujos que Pedro Sánchez consigue hipnotizar al independentismo catalán. Se evaporan miles y miles de votos. O se quedan en casa o han decidido que es hora ya de otra cosa, de gobierno, de medidas, de realidad. Junts consolida su condición de Poulidor de la política catalana. Son segundos igual que lo fueron en el 12M. Pierden dos eurodiputados muy lejos de los resultados del 2019. Como lejos se ha quedado ERC, que sigue con la sangría de votos. Se acabaron los tiempos de la lírica y de la gran prosa. Los catalanes votan por lo concreto y se han olvidado de Ítaca.
Hoy se constituye la Mesa del Parlament y todo apunta a que la presidencia saldrá de un pacto de fuerzas independentistas. La geometría variable ha llegado para quedarse en Catalunya, si es que alguna vez nos abandonó, ya que no hay que olvidar el pacto Junts-PSC de la Diputació de Barcelona o el posible pacto en Tarragona.
Es muy curioso lo poco que parece importarnos lo que sucede en Alemania. La tratamos como si fuese Luxemburgo, el segundo lugar del partido neonazi AFD (Alianza por Alemania) en las elecciones de ayer apenas se lleva un titular tras el vendaval de París. Deberíamos repetirlo lentamente: un partido neonazi (aunque disimulen) es el segundo más votado en Alemania. Inimaginable hace pocos años, ilegal hasta hace poco, un crimen una década atrás. En Alemania el nazismo vuelve a ser votado. Sólo de escribirlo me entran escalofríos. Olaf Scholz –el canciller alemán– apenas habla, es un hombre gris, lleva un maletín viejo con él y unos zapatos que podrían pasar por el limpiabotas más a menudo. La Unión Cristianodemócrata es la ganadora y la CDU, hoy en la oposición, dobla en votos a la AFD (Alianza por Alemania) y pone rumbo a Berlín.
En Bélgica pasan cosas. Siempre pasan cosas en Bélgica. Dimite el primer ministro y arrasan los nacionalistas flamencos del Vlams Belang. En una de las ciudades más interesantes del mundo, Amberes, la victoria se va a la extrema derecha y a la extrema izquierda. Esta es otra de las lecturas apuradas y telegráficas de esta noche electoral: los extremos se alimentan. Allí donde crece la extrema derecha también lo hace la extrema izquierda. Así ocurre en los países nórdicos.
Ursula von der Leyen aparece sonriente, sabe que es la única candidata con posibilidades para presidir la Comisión europea. Sabe que Emmanuel Macron ha perdido toda capacidad de maniobra para que algún francés se lleve un premio en el juego de sillas que se nos avecina pero, sobre todo, sabe que Mario Draghi –que era el candidato de Macron y Meloni para presidir la Comisión– pueda tener alguna posibilidad. Y el milanés era la única alternativa real a la alemana.
Las elecciones al Parlamento Europeo son sólo la antesala de la distribución de puestos esenciales para que la UE pueda funcionar: presidente de la Comisión, presidente del Consejo y Alto Representante de la Política exterior (hay más puestos importantes pero la vida es corta). Su mandato será renovado si no hay sorpresas de última hora y su abrazo con los ultraconservadores de Giorgia Meloni habrá sido un desliz. Meloni revalida su victoria en Italia a pesar de no haber podido implementar su programa electoral más allá de cargarse (o al menos intentarlo) las venerables instituciones culturales italianas que siempre han sido gestionadas con elegancia y equilibrio por los hijos del comunismo y los hijos de la burguesía (que muchas veces coincidían en la misma persona).
Pero Meloni se lleva por delante tanto a la Lega de Salvini como a la Forza Italia de Tajani, que son los que pagan el pato de un gobierno que no consigue sus objetivos. Meloni, que va a intentar llevarse a los diputados de Viktor Orban –que gana en Hungría– a su grupo, va a intentar mostrar músculo. ¿Hasta dónde puede llegar el nuevo poder de Giorgia? Está por ver.
Hay que retener otro dato: hay más de una extrema derecha en Europa. No se trata de un bloque homogéneo. Por un lado Meloni (junto a VOX) los ultraconservadores católicos que hasta ahora estaban en el grupo ECR y por otro Le Pen junto a Salvini en un grupo de extrema derecha que se quiere laico y que vivía bajo las siglas de ID. Esta es una guerra importante a tener en cuenta: la que se va a librar por la hegemonía del populismo entre una italiana y una francesa.
Una italiana, una francesa y una alemana. Parece un chiste pero falta una española. Pero Europa tiene nombre de mujer: Úrsula, Giorgia y Marine. El resultado de ayer es un terremoto político para uno de los dos pilares de Europa: Francia. Cualquier otra lectura sería ingenua.
De una fina urdimbre entre lo nuevo y lo viejo surge poco a poco el rostro de una Europa curtida en cicatrices, uno de cuyos fundadores fue sin duda Homero, quien al final de la Odisea otorga a la diosa Atenea el papel del ‘hombre que sabe’. Cuando después de haber matado a los pretendientes de Penélope, Ulises vuelve a guerrear contra todos los parientes de sus enemigos, la diosa se le aparece y lo amonesta: ‘¡Tente ya, no prolongues la guerra que a nadie perdona!’. Más de una versión de esta advertencia ha ido circulando por la historia desde entonces; citemos solo una, de labios del propio Napoleón: «¿Sabe usted, le decía Napoleón a un general suyo, qué es lo que más admiro del mundo? La impotencia de la fuerza para fundar nada. Solo hay dos potencias en el mundo: la espada y el espíritu. A la larga, la espada es siempre vencida por el espíritu».