El papa Francisco no hizo nada al azar. Ni tan siquiera en sus viajes. Escogió lugares lejos de la mundanidad, del poder geopolítico evidente. Pero visitó con frecuencia la isla de Lampedusa, puerta de entrada de miles de migrantes en Europa, visitó Albania, Bosnia, Corea del Sur (donde hay una importantísima comunidad católica) visitó Macedonia, Paraguay (pero no Argentina), Ecuador o Bolivia.
Visitó los tres países Bálticos en pleno conflicto con Rusia. Pero Francisco, a diferencia de sus antecesores, hizo hincapié en ligar sus viajes a la problemática de las personas, no de los países. No visitó Argentina (su patria, siendo el 100% argentino de la cabeza a los pies), no fue a París, a Londres o a Madrid.
No visitó Polonia, China o Australia. Es significativo que las constantes de su pontificado: los desplazados, los migrantes, los sinpatria, se reflejara perfectamente en la elección de sus visitas.