Basta con haber pasado por el probador de varias tiendas de ropa para darse cuenta, con más o menos frustración, de que la talla, eso que define el tamaño de las prendas y, a la vez, de nuestro cuerpo, no es, ni mucho menos, un lenguaje universal.
Para confirmarlo iniciamos un experimento: medir la cintura de unos pantalones vaqueros clásicos en distintas tiendas de ropa juvenil. La intención inicial era probarnos también los pantalones, pero la primera sorpresa fue que la talla 46, la que usa la autora del experimento, no estaba disponible en ninguna de las seis franquicias visitadas. En todas la práctica totalidad de modelos llegaba hasta la 42, a excepción de alguno que se fabricaba hasta la 44.
Optamos pues por una talla que sabíamos que sí estaría disponible: la 38, por aquello de que debería ser la talla mínima que deberían llevar los maniquíes según un pacto firmado por la industria en 2007. Decidimos hacer una medición sencilla, pasando la cinta métrica por donde debería ir el cinturón.
La segunda sorpresa, aunque esperada, fue la diferencia de medidas: pasamos de 77 centímetros en la parte juvenil de H&M a los 68 cms de Bershka. En Stradivarius la medida era 74, lo mismo que en Pull and Bear; en Polinesia daba 75, igual que en el área Trafaluc de Zara.
En resumen: encontramos hasta nueve centímetros de diferencia con dar sólo unos pasos en la misma planta de un centro comercial. Muchos centímetros para atribuirlos sólo a las diferencias de una casa a otra. Además, aunque no lo medimos, era obvio que en las mismas marcas, cambiando el modelo, también había diferencias de tamaño en prendas de la misma talla.
Para complementar hicimos un experimento similar con Verisize.com, una web que estima la talla en función de los datos que ofrecen las propias marcas. Introducimos siempre los mismos datos y mientras en unas marcas el resultado era una ‘M’ en otras era una ‘L’. Lo que es 38 en una es 40 en otra. Aquí también Bershka tenía la talla más pequeña.
Golpe a la autoestima
Pero el problema, explica Marta Voltas, presidenta de la Fundación Imagen y Autoestima, IMA, es que no se trata, ni mucho menos, de un problema sólo práctico que se queda en el probador. Encontrar que no nos sirve la talla que suponíamos desencadena emociones y decisiones.
La fundación realizó en 2010 un barómetro sobre la percepción social del sistema de tallas de ropa. En el estudio, en el que participaron 560 personas adultas, el 58% afirmó sentirse molesto, deprimido, preocupado y/o culpable cuando no le servía la talla y 44% afirmó que se había planteado hacer dieta después de comprobar que no usa la talla que creía usar. De este grupo, el 81,7% eran mujeres.
Luego repitieron un estudio similar en 2012 centrado sólo en personas de 12 a 21 años. El 60% reconoció que la situación le impactaba; el 33% se planteaba hacer ejercicio para bajar de peso; el 34%, reducir su ingesta de alimentos; el 18% pensó en eliminar alimentos de su dieta, y el 2%, en inducirse el vómito...
Voltas insiste en que el problema causa insatisfacción corporal y además tiene un impacto directo en la decisión de perder peso, una decisión no siempre justificada.
Para tratar de que los adolescentes pongan el tema de las tallas en perspectiva, la fundación realiza talleres en los institutos. Una actividad consiste, por ejemplo, en ir en grupo a una tienda a pedir la talla 44 ó 46. «Les demuestra que el problema está en las tallas, no en ellos».
Trastornos alimentarios
Cristina Carretero, responsable de promoción de la salud de la fundación de ABB, especialistas en trastornos de la conducta alimentaria que cuentan con un centro en Tarragona, apunta que aunque no se puede decir que el problema de las tallas desarrolle problemas tan complejos como la anorexia y la bulimia, «el sistema dictatorial de las tallas sí incrementa la insatisfacción con el cuerpo y reafirma el mensaje con el que nos bombardean continuamente a las mujeres y que dice que el éxito se basa en estar delgadas».
Y es esa insatisfacción, añade, la que puede hacer que se inicien en conductas de riesgo (como ponerse a régimen sin control médico), especialmente a las adolescentes.
Carretero apunta que «nuestras pacientes lo que dicen es que no querían adelgazar para ser modelos, se lamentan de que la sociedad las vea como personas frívolas. En realidad el trastorno era la única manera que encontraban de solucionar su malestar: ‘como no me gusto tengo que encontrar la manera de gustar a los otros’», explica.
Cuenta que justamente una de las claves del tratamiento es mejorar la satisfacción corporal para poder enfrentarse a momentos estresantes como tener que pasar por el probador de nuevo.