Cree Ana Merino (Madrid, 1971) que la bondad sostiene al mundo. Esta creencia sostiene, a su vez, El mapa de los afectos, su primera novela y ganadora del Nadal en la 76 edición del premio. Lo recibió emocionada y recordando la «formidable» coincidencia en 2020 de los centenarios de Galdós y Delibes, dos referentes para ella. «Me formé leyendo ‘nadales’ como La sombra del ciprés es alargada, El Jarama, o Entre visillos».
Su novela, esperanzada, dice, parte de sucesos muy dolorosos.
Sí, con una maestra de preescolar, Valeria, con dudas sobre el amor, que acompaña a un niño de cinco años que ha perdido a su madre. Luego hay diferentes personajes, emociones y afectos que evolucionan e interactúan. En el mundo somos personas muy diferentes, en comunidades de relaciones en las que suceden cosas a veces terribles y que nos afectan de muy distinta forma. Veremos cómo, frente a sucesos dolorosos, la bondad facilita la superación.
La bondad ¿es el asunto medular de la novela?
Sí. Creo fervientemente en la bondad, en el espacio literario y en la vida. Trato de ver cómo respondemos con bondad a los momentos más duros y procuramos entender las cosas. En este caso en el espacio americano y el español, con varios veteranos de una guerra muy presente en la novela y que representa el mal, y españoles que van a América.
Usted es pareja de Manuel Vilas, escritor y finalista del Planeta hace dos meses con ‘Alegría’. Parece que celebraran una burbuja de felicidad.
Somos muy diferentes, pero nuestra comunión es la celebración de la vida. Somos conscientes del sufrimiento, claro. Él tiene una percepción muy clara del sufrimiento, tanto como yo de la maldad. Pero esa comunión es la que ha hecho que nos enamoremos.
¿Es Vilas su lector de confianza?
Claro que sí. Y yo la suya. Como soy lectora de confianza de mi padre, José María Merino.
¿Tiene su novela algo de la literatura de su padre?
Ojalá tuviese su talento. Sí tengo el impulso del amor por los libros que me ha transmitido, por esa biblioteca maravillosa con la que crecí.
¿Es su novela un espejo de esa América rural en la que ha pasado media vida?
Sí. pero también de España. De la relación entre ambas. La maestra viaja a España y hay personajes españoles que pasan por aquella América rural y pobre a lo largo de dos décadas. Ese intercambio es lo que yo he vivido y vivo.
¿Ha comprendido mejor España desde la distancia?
Sí. Todos los españoles de la diáspora tenemos una enorme nostalgia. Vemos la realidad de forma distinta. Somos quienes más amamos nuestros orígenes y más empatizamos con ellos. Valoramos nuestra literatura, que es nuestro gran refugio, lo que nos hace recordar lo maravilloso de nuestra cultura.
Las mujeres son minoría el Nadal. Solo hay 15 entre sus 76 ediciones.
Así ha sido con todo en la vida hasta ahora. Pero está cambiando. En el máster de escritura creativa que monté en Iowa hay ahora más mujeres que hombres. En el Nadal hay pocas, pero han sido carismáticas: Laforet, Matute, Martín Gaite... parece una compensación. Justicia poética.
Cita a Cervantes, Quevedo y Santa Teresa como una ‘Trinidad poética’.
Sí. Además de Turgueniev. Me interesan los autores poliédricos como ellos. Cervantes tiene la ductilidad de describir el mundo desde distintos parámetros. Él quería sobre todo ser dramaturgo, y fundó la novela moderna. Pero también me interesa Cervantes por la bondad. Don Quijote y Sancho son genuinamente buenos. No me he inventando nada. Como ellos, los personajes de mi novela son sencillamente buenos.