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«Me ha costado más el taxi hasta Tarragona que el billete de tren desde Madrid»

Los viajeros que llegan a la estación de Camp de Tarragona lamentan la escasa frecuencia de los autobuses, lo que a menudo les
obliga a coger un taxi. Esto hace que el presupuesto se dispare

05 mayo 2024 19:59 | Actualizado a 06 mayo 2024 07:00
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El próximo 18 de diciembre, la estación del Camp de Tarragona cumplirá dieciocho años desde su inauguración. Una mayoría de edad a la que llegará con más de un millón de pasajeros, lo que la sitúa en el top ten estatal de estaciones de alta velocidad. La irrupción de nuevos operadores, con una bajada de precio en los billetes ha hecho que el territorio se haya puesto las pilas para venderse como un destino de escapada en tren. Sin embargo, ¿qué se encuentran los turistas que acceden a través de esta puerta de entrada?

12.30 horas de la mañana de un domingo. Llega un tren procedente de Madrid y prácticamente baja una ochentena de personas. Tras pasar el punto de control acceden a la estación. Nada más llegar, llama la atención la cafetería, el único negocio abierto en domingo. En la entrada una pequeña zona de tienda, con productos de higiene y souvenirs.También hay tazas y bolis que reproducen el trencadís de Gaudí, con el nombre de Tarragona o una pequeña figura de cerámica de una sevillana, a 19,95 euros. Libros y prensa completan la oferta.

Casi todo cerrado

Cuando la cafetería cierra, los usuarios de la estación tan solo disponen de una máquina de vending. El precio del agua es 1,90 euros. A escasos metros, dos máquinas de venta de billetes y poca cosa más. Siete de los locales están vacíos. Tan solo hay dos de ocupados, ambos destinados al alquiler de coches que en domingo permanecen con la persiana bajada. Los centros de atención de Adif y Renfe sí están abiertos.

$!Siete de los locales comerciales están cerrados. Foto: Pere Ferré

La estación no tiene cajero automático ni ningún punto de información turística. De hecho, no se encuentra ninguna referencia a las marcas Costa Daurada o Terres de l’Ebre, ni a Tarragona o Salou, que son las ciudades que muy probablemente visitarán estos turistas. Un póster de Salvador Illa y dos pantallas de anuncios, que muestran yogures y productos saludables son la referencia que reciben los visitantes.

En la zona de espera de los taxis la actividad es frenética. Cada vez que llega un tren empieza la carrera. Los profesionales de La Secuita(9) y Perafort (4), tienen preferencia de carga. Sin embargo, cuando llega un tren la demanda se dispara y aquello se convierte en un campi qui pugui.

En la cola, Isabel Antoniocci, de Mendoza (Argentina), que pisa por primera esta estación, tras un viaje desde Madrid. «Todo muy bien hasta que llegas aquí y ves que un taxi hasta Tarragona te vale 48 euros y el billete de tren me costó 30. Me parece un poco excesivo», lamenta.

La información de servicio o sobre la oferta cultural del territorio es nula

Una estación impersonal

Dentro de la terminal, el ambiente es inhóspito y frío. Es la estación de Camp de Tarragona pero podríamos estar en Badajoz, Teruel o Guadalajara. La vinculación con el territorio es nula. También la información de servicio para los visitantes sobre la oferta cultural o comercial.

Junto a la entrada principal aguardan unos treinta coches mal aparcados que esperan la llegada del tren para llevar o recoger gente. Una pantalla a la salida muestra los horarios de los autobuses. Fuera, en la terminal aguarda una docena de viajeros. Entre estos Susana y María, de Euskadi, que han pasado cuatro días en Salou.

A la ida fueron al hotel en taxi. «Suerte que lo compartimos con una pareja, porque nos costó 56 euros», dicen. Hoy han apostado por el autobús. «La lástima es que no hay frecuencias. Hemos tenido que dejar la habitación muy temprano, porque el viaje duraba una hora y diez minutos y ahora nos tenemos que esperar dos hora y media hasta que nos salga el tren», dicen.

$!Durante el fin de semana se reducen las frecuencias, lo que produce largas esperas. Foto: Pere Ferré

Su primera impresión: «Una estación muy bonita, pero nada más llegar había una cola terrible para coger un taxi y después son carísimos. La conexión no es buena, porque al final, si tienes un presupuesto cerrado, acabas gastándote en transporte un dineral que a lo mejor te habrías gastado en un buen restaurante». «Hemos estado cinco días y ha ido todo muy bien, pero seguramente la estación sería lo que haría que no volviera de nuevo», indica María.

Entre los pasajeros que han llegado, Marcial Rafael Ayala, que espera el autobús para ir a Tarragona. «Había venido un par de veces de vacaciones y ahora hace unos meses que vivo en Tarragona. Siempre vienen a buscarme, pero hoy no podían y tendré que esperar casi una hora. El último salía a las 12.20 y hasta las 13.45 no viene el siguiente».

Sílvia López, vecina de Reus, ha quedado con que la pasarán a recoger. «Yo trabajo en Madrid y el problema es que hay muy pocas frecuencias. Si llegas con el tren de última hora ya no hay autobús».

Transcurridos tres cuartos de hora ha acabado el frenesí y vuelve la tranquilidad en la terminal hasta la llegada de un nuevo tren. La última imagen antes de salir definitivamente, la de los coches aparcados en el vial de acceso con los cristales todavía en el suelo después de que la semana pasada reventaron los cristales de treinta vehículos.

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