Whatsapp Diari de Tarragona
Para seguir toda la actualidad desde Tarragona, únete al Diari
Diari
Comercial
Nota Legal
  • Síguenos en:

La paradoja política del último vagón

20 agosto 2023 18:36 | Actualizado a 21 agosto 2023 06:00
Cándido Marquesán
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Quiero revalorizar la actividad política, tan denostada, e incluso, criminalizada en amplios sectores de la sociedad. La clase política tiene sus defectos como otras profesiones de nuestra sociedad. Ni más ni menos. No sin antes reconocer que a ella se le debe exigir un plus de ejemplaridad. ¿De dónde salen los políticos? ¿Acaso vienen de Marte? ¿Cómo es posible que una clase política tan incompetente y corrupta haya surgido de una sociedad tan pura e inmaculada?

En una película de Comencini de los años setenta, Buenas noches, señoras y señores, un periodista de televisión, representado por Marcelo Mastroianni, pregunta a un político corrupto: «¿Va usted a dimitir?», «No; sin mi cargo no podría comprar a los jueces», «¿Y los votantes?», «Dimitir sería traicionarlos; me han votado para mentir, prevaricar, malversar fondos y no voy a desilusionarlos». ¿Tal film es extrapolable a esta España nuestra? Para la catedrática de Filosofía Moral Victoria Camps «Cuando hay corrupción existe la complicidad del grupo político y también la de toda la sociedad».

Acusamos a los políticos de su incapacidad para el diálogo. ¡Qué contraste con el resto de la ciudadanía! Los españoles somos flexibles, prestos siempre a escuchar al otro y a acordar con él decisiones en pro del bien general. Para constatarlo nada más hay que fijarnos en las barras de los bares o en las reuniones de las comunidades de vecinos.

Si los políticos lo hacen todo tan mal, no puede ser que el pueblo lo haya hecho todo bien. ¿No será que nos servimos de los políticos como chivos expiatorios para ocultar nuestras frustraciones?

Si los políticos lo hacen todo tan mal, no puede ser que el pueblo lo haya hecho todo bien. ¿No será que nos servimos de los políticos como chivos expiatorios para ocultar nuestras frustraciones? La crítica generalizada hacia los políticos nos permite quizá librarnos de algunas críticas que, de no existir ellos, tendríamos que dirigir a nosotros mismos.

Y también son muy comunes unos tópicos políticos. «Todos los políticos son iguales». Lo que se esconde tras este juicio es una mezcla de desconocimiento de la política y no poca pereza intelectual. No hay que pensar mucho. Recurro a El Roto. Un potentado con un puro escucha las palabras de alguien que le dice «No voy a votar, porque todos los políticos son iguales» y le responde «No sabes lo que me alegra oírte decir esto, chaval».

Señala Daniel Innenarity en La política en tiempos de indignación, que en el menosprecio a la clase política se cuelan no pocos lugares comunes y descalificaciones que muestran una gran ignorancia sobre la naturaleza de la política y propician el desprecio a la política como tal. A estos críticos les deberíamos recordar que siempre que impugnan algo tenemos derecho a exigirles que nos diga qué o quién ocupará su lugar. No ocurra aquello de la paradoja del último vagón. Se trata del chiste relacionado con unas autoridades ferroviarias que, al descubrir que la mayoría de los accidentes afectaban al último vagón, decidieron suprimirlo en todos los trenes.

¿Hacemos lo mismo con la clase política? ¿La suprimimos toda? Si hablamos de su incompetencia, favorecemos que sean los técnicos los que se apoderen del gobierno. ¿Queremos a tecnócratas? Deseamos en el Parlamento a los mejores, pero no estamos dispuestos a pagarles un sueldo suficiente, con lo que solo puedan hacerlo los ricos. El movimiento cartista en la Inglaterra del XIX llevaba una clave para democratizar la política y evitar su monopolio por la aristocracia: «Sueldo anual para los diputados que posibilitase a los trabajadores el ejercicio de la política». Los poderosos tienen otros medios para apuntalar sus intereses, por ello sorprende que pongamos en peligro esta gran conquista de la igualdad de acceso a la política con algunas propuestas.

La política y los políticos son necesarios. Los que no los necesitan son los poderosos. En un mundo sin política nos ahorraríamos algunos sueldos, pero perderían su representación los que no tienen otro medio de hacerse valer. Tales prejuicios sobre la política, según Aurelio Arteta, son una reminiscencia del franquismo y conducen a que una actividad se considera execrable, porque se ha politizado y no hay que politizar las cosas. “Haga usted como yo, que no me meto en política», le dijo Franco a José María Pemán, Por ende, las frases “No te signifiques” o “No te des a notar” recuerdan y son una herencia de la dictadura. ¿No deben someterse al debate público, de todos los ciudadanos, nuestras pensiones, nuestra educación, nuestra fiscalidad o nuestro problema de vertebración territorial? Cuando se quieren eliminar del debate político, es que detrás debe haber algún interés bastardo. Somos seres tanto más libres cuanto más politizados.

A los críticos les deberíamos recordar que siempre que impugnan algo tenemos derecho a exigirles que nos diga qué o quién ocupará su lugar

Los móviles que llevan a la política pueden ser: el deseo de medrar, el instinto adquisitivo, el gusto de lucirse, el afán de mando, la necesidad de vivir como se pueda y hasta un cierto donjuanismo. Mas, no son los auténticos de la verdadera emoción política. Los auténticos son la percepción de la continuidad histórica, de la duración; es la observación directa y personal del ambiente que nos circunda; observación respaldada por el sentimiento de justicia, que es el gran motor de todas las innovaciones de las sociedades humanas. De la combinación de los tres elementos sale determinado el ser de un político. He aquí la emoción política. Con ella, el ánimo del político se enardece como el de un artista al contemplar una obra bella, y dice: vamos a dirigirnos a esta obra, a mejorar esto, a elevar a este pueblo, y si es posible a engrandecerlo.

El problema de la política es el acertar a designar los más aptos y los más dignos. Se fracasaba en los regímenes cuando el que elegía era la voluntad de un príncipe, su querida, o su barbero. La democracia es quizá y en teoría el mejor sistema para elegir a los más dignos. Aunque nunca es perfecta esta elección.

La profesión política es tarea sublime, pero tiene sus servidumbres. Todos los políticos son los más espiados, más juzgados, más escrutados y más sometidos a una crítica implacable. El político está siempre al borde del precipicio. Y si se cae, la gente dice: «Se le está bien empleado, era un majadero».

La política no admite experiencias de laboratorio, no se puede ensayar, es un caudal de realidades incontenibles, no admite ensayo, es irrevocable, es irreversible, no se puede volver a empezar. Un ejemplo contundente de la pasada legislatura. Una pandemia. Había que tomar decisiones muy difíciles e irreversibles sobre la marcha, como el estado de alarma, sin libro de instrucciones, que afectaban a la salud de más 47 millones de españoles.

Comentarios
Multimedia Diari