Las cartas –en esta caso las nóminas– se pusieron boca arriba en la sobremesa del día de Reyes. Y mamá, la «yaya» para los niños, había cobrado, con la extra, más que nadie en la mesa. Ninguno de sus hijos ya treintañeros –uno con doctorado–, aun siendo profesionales empleados en empresas sólidas, supera los casi 30.000 euros brutos anuales de la pensión de la abuela.
Mamá había cotizado, como autónoma en una pequeña perfumería, durante 14 años, y a esa paga de jubilación se le añade la de viudedad del abuelo, por el que su empresa había cotizado toda su vida, así que la señora «se levanta –dijo jocoso el más joven de sus nietos– más de 2.000 al mes... Y añadidle las extras».
Todos se alegraron de que la yaya pudiera comprar mejores regalos que nadie; pagar las extraescolares de los nietos y ser siempre el hostal más barato y mejor servido en caso de divorcio; paro o enfermedad para sus hijos, nietos y hasta sobrinos; pero también hubiera resultado inevitable preguntarse por la dirección –y el sentido– de un país como el nuestro que retribuye mejor a sus pensionistas que a sus asalariados ya en madurez productiva.
El porqué es fácil encontrarlo en una cifra: más de diez millones de votos, es decir de pensionistas, repartidos estratégicamente en las provincias donde más escaños pueden ganarse. Otra cifra elemental que completa la explicación es el número de nuestros ocupados: más de 21 millones. Sólo hay dos trabajadores cotizando por pensionista. Y para completar la explicación bastan otras dos cifras: en el 2023 –año electoral como recordarán– el Gobierno candidato a la reelección subió las pensiones un 8,5% además de prometer el 3,8%.
La abuela, en apenas unos meses, ha triplicado con sus ingresos, que se reducen exclusivamente a la pensión, la subida salarial de la media de sus hijos. Otro nieto zumbón apuntó al hacerse público el contraste intergeneracional entre subidas salariales: «La profesión mejor retribuida este año en España ha sido la de pensionista y no han tenido que hacer ninguna huelga».
Todos brindaron por la yaya y por que viva muchos años confortada por el amor de sus hijos y nietos, a los que siempre socorrería, y tan bien atendida siempre por los candidatos a la Moncloa.
El tercer nieto, el más rebelde, dijo algo de nuestra baja productividad, del país de jubilados y camareros; de la deuda pública española comparable a la de Grecia, y de no volver a España cuando acabe su Erasmus de ingeniería en cualquier país europeo donde paguen más, que son casi todos; pero nadie le hizo ya caso, porque estaban hablando por whats con Iván, que acaba de entrar en Airbus en Toulouse y ya cobra el doble que su padre. Y casi tanto como la yaya.
La nota triste la puso el cuñado autónomo: que había estado a punto de ponerse la mascarilla por lo que bautizó como «una gripe de autónomo», es decir, trabajando con fiebre para pagaros la baja a los griposos con sueldo mensual, porque esto es lo que hacemos.
Y deploró «el triple salto moral de las cotizaciones de 1,3 millones de parados», porque se las han subido tres veces desde enero del año pasado: «Lo que le han subido a la abuela de pensión, lloró, me lo han subido a mí también de cotización: el 8,5% en el 2023 y el 3,8% para el 2024 así que «señora, prepáreme la habitación de invitados o el sofá, que me vengo a vivir con usted». Nos reímos, pero él no.
