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Manifiesto afuerino

31 marzo 2024 18:39 | Actualizado a 01 abril 2024 07:00
Lorenzo Silva
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Entre los múltiples textos inéditos recogidos en José Luis Sampedro. Un hombre fronterizo, espléndida biografía literaria del autor de Octubre, octubre, debida al rigor y la pasión de José Manuel Lucía Megías, destaca uno de 1980 en el que el novelista y economista se declara afuerino. Vocablo que dice que aprendió en el Chile de Allende y de cuyo significado exacto reconoce no estar seguro. Lo que siente es que está afuera. ¿De qué? «De sus torres y encastillamientos, de sus medios de comunicación, de sus técnicas y redes». Cinco años más tarde, en una entrevista para la revista Integral, declaraba: «El hombre se ha enriquecido enormemente en bienes externos o materiales, pero su pobreza espiritual es demencial. Viene a ser como un árbol en el que han proliferado enormemente los aspectos y las partes externas (las ramas, las hojas, los frutos) y cuyas raíces son extraordinariamente precarias: el árbol se cae».

Cada vez en más encrucijadas el camino pasa por estar al margen. Aunque a uno le tomen, como aceptaba aquel sabio afuerino, por un hombre de mal vivir

La lectura de esta biografía, que funciona como una especie de extensión y de invitación al disfrute de la obra sampedriana, y que por ello cabe recomendar como imprescindible para todos los que se interesen por ella, permite atisbar hasta qué punto la visión del escritor, anclada en una sólida cultura y una honda conciencia del pasado, podía llegar a ser profética. Crítico desde sus comienzos con el desarrollismo a ultranza, con la economía desligada del humanismo y sus consecuencias –la globalización sólo financiera, la guerra preventiva y otras hierbas anejas–, se atrevió a declararse extramuros de las ideas que han forjado nuestro hosco presente –y proyectan sombras inciertas sobre nuestro futuro– cuando más alto cotizaban en el mercado. Tiene uno la sensación, al observar estos días a la luz de su escritura, de que el paso nos lo marcan personas desorientadas. Lo están los aprendices de brujo que pretenden uncirnos a cada vez más invenciones alienantes, aunque se los admire y amasen fortunas milmillonarias; lo están quienes nos gobiernan, con más odiadores que admiradores y fortunas más modestas y más expuestas a la justicia penal.

Sólo hay un empeño, escribió Sampedro: el de mantener la propia dignidad y hacerse lo que cada uno es, que no lleva a dejarse cegar por el afán de ejercer poder sobre el mundo y sobre los demás, sino a «aplicarlo hacia dentro en el dominio de sí mismo, fuente de la vida intensa y de la paz verdadera». Cada vez en más encrucijadas el camino pasa por estar al margen. Aunque a uno le tomen, como aceptaba aquel sabio afuerino, por un hombre de mal vivir.

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