Creíamos que las dramáticas enseñanzas de la Segunda Gran Guerra dejarían una marca indeleble en la memoria de la humanidad. Desoímos a Bretch cuando en 1930 advirtió: «No acepten lo habitual como cosa natural, pues en tiempos de arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural, nada debe parecer imposible de cambiar». Pero la deriva del Aquarius en el Mediterráneo nos confirma que somos capaces de repetir indefinidamente nuestros errores.
A bordo de la embarcación de una ONG esperan 629 migrantes rescatados de una muerte segura, como miles que les precedieron en el intento de encontrar «su lugar en el mundo». Entre ellos hay 123 menores no acompañados, 11 pequeños y 7 embarazadas.
El nuevo primer ministro italiano, el ultraderechista Salvini, les prohibe desembarcar en cualquiera de sus puertos. Previamente Malta les había negado también la posibilidad de atracar. Tenemos organizaciones humanitarias (como nuestra Open Arms) que han reemplazado las funciones de los estados en el rescate de los refugiados, pero eso ya no es suficiente para salvar vidas. No hay puertos ni países dispuestos a acogerles.
La Europa de los Derechos Humanos, la que se enorgulleció de haber derrotado al fascismo y desarrollar estados sociales sobre las ruinas del 45, camina nuevamente por la senda del egoísmo más recalcitrante. Tan hábiles para garantizar que los capitales crucen digitalmente las fronteras y tan diligentes para desplegar sus capacidades bélicas en defensa de sus intereses geoestratégicos, no mueven un dedo cuando se trata de tener un comportamiento humanitario.
El «nosotros primero» no es patrimonio de Donald Trump; ni de los neofascismos europeos. Hace años que el veneno que provocó tantas muertes y sufrimientos circula nuevamente por el planeta globalizado. Hay un arsenal de excusas para justificar invasiones, guerras y terrorismos varios. Y lo peor es que también hay un arsenal de armamentos para ejercer la destrucción.
Estamos mejor comunicados que nunca en la historia de la humanidad. Pero ¿qué circula por las redes y qué cuentan los medios? ¿Cómo puede ser que tanta barbarie, tanta flaqueza humana, tantas canalladas se transformen en algo normal, y por tanto tolerable?
Es la suma de nuestros silencios la que facilita que sigamos retrocediendo. «Tendremos que arrepentirnos en esta generación, no tanto de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena», nos dejó Martin Luther King.
No hay lugar para neutralidades o indiferencias que se convierten en complicidad. A pesar de que de muchas maneras nos inculcan lo contrario, el bienestar individual, depende del bienestar colectivo.
Es tiempo de aprender de nuestros viejos y reiterados errores. Finalizada esta columna, una luz de esperanza aparece en cielo propio: el nuevo gobierno español, decide ofrecer a las Naciones Unidas como «puerto seguro» el de la ciudad de Valencia. Junto con el de Barcelona, ambos ayuntamientos se habían ofrecido para recibir a los refugiados del Aquarius.
En buena hora que así sea. Pero el problema de fondo, las actitudes de los gobiernos europeos y de la propia Unión, siguen allí.